Categoría: Historias para Niños

  • El diario de un grano de trigo

    El diario de un grano de trigo

    Hna. Lorena Mello da Veiga Lima, EP

    15 de junio 2022

    ueridos amigos, hoy deseo contaros la historia de mi vida. Me llaman trigo, al igual que los innumerables miembros de mi familia.

    Todo empezó cuando yo era una semillita: un sembrador me plantó con mucho cariño en un inmenso campo y fue siguiendo mi crecimiento. Mis primeros recuerdos son los de aquel campesino cuidándonos a mí y a mis hermanos, también simientes.

    Sin embargo, creedme: ¡nuestro desarrollo no fue nada fácil! Hubo un momento en el que casi acabamos ahogados en medio de lluvias torrenciales; en otra ocasión, una horrible sequía estuvo a punto de extinguirnos. Pero en todas las aflicciones el cauteloso agricultor estaba a nuestro lado, esforzándose por salvarnos.

    El tiempo fue pasando y surgió entonces una prueba peor: descubrimos que entre nosotros había intrusos. Sí, ¡intrusos! La maldita cizaña que pretendía perjudicar nuestra misión. Una de esas espigas nos dijo una vez:

    —¡Jamás, granos de trigo, os convertiréis en alimento! ¡Nos hemos introducido en este campo para arruinar la cosecha!

    Indignado, le respondí:

    —¡Estáis locas! El labrador nunca permitirá esa maldad; percibirá quienes sois e impedirá tal crueldad.

    —¡Jajaja! ¡Cuánta ignorancia! —replicó el adversario—. ¿No ves cuánta similitud hay entre nosotros? Ni siquiera se dará cuenta de que somos diferentes.

    No entendía cómo alguien podía ser tan ruin y le pregunté:

    ¿Por qué tienes tan malas intenciones?

    Y, horrorizado, le escuché decirme estas palabras:

    Porque envidio y odio el amor que el agricultor tiene por vosotros. Por eso no permitiré que os convirtáis en plantas adultas, aptas para la alimentación.

    No sabía cómo contestarle. ¿Cómo era posible que alguien odiara los planes que aquel campesino tenía con respecto a nosotros?

    Fue en esa circunstancia cuando descubrí que nuestro cultivo estaba destinado para la nutrición humana. ¡Qué extraordinario! Habíamos sido llamados para esto: alimentar. No obstante, tengo que aclararos, queridos amigos, que esa era mi idea en el pasadoahora, en el momento que narro mi vida, soy consciente de que he de realizar esta misión de una manera más elevada, ¡infinitamente más alta!

    Estábamos preocupados por saber si el labrador reconocería la invasión enemiga en nuestro campo. Le rezábamos a la Virgen pidiéndole su ine­fable auxilio en esa difícil situación. Cuando él nos visitaba parecía que no notaba la presencia de la cizaña. Íbamos creciendo atemorizados junto a aquellas traidoras. Hasta que llegó el tiempo de la cosecha.

    El día señalado, no apareció nuestro señor, sino uno de sus operarios. Este hombre sería quien haría la siega… Muchos de nosotros sollozaban, pensando que no nos distinguiría de la cizaña. Pero algo en mi interior me inspiraba palabras de confianza y de paz: «El agricultor nos salvará». Reconfortado por esta sensación traté de motivar a los demás en esa misma certeza. Gracias a la intercesión de María, todos recuperaron la valentía, animándose mutuamente. Y fuimos cortados de la tierra.

    Nos recogieron, cizaña y trigo, y nos llevaron a otro sitio. ¡Allí estaba esperándonos nuestro buen campesino! Nos congratulamos muchísimo de volver a verlo, sabiendo que en él se hallaba nuestra salvación. ¡Y, oh alegría, él fue quien nos separó de los enemigos! Fueron arrojados al fuego, desesperados al contemplar cómo se frustraban sus planes.

    A nosotros nos agruparon en haces y nos enviaron a otro sector. Esa fue la última vez que vimos a nuestro sembrador y agricultor. A pesar del dolor que esto significaba, nos sentíamos satisfechos, porque sabíamos que nos destinaba a un futuro prometedor.

    Nos llevaron a un lugar en el que tuvimos que sufrir mucho. Y yo que pensaba que lo peor de nuestra existencia ya había pasado, pero no era así: ¡estaba a punto de suceder! Gente que no conocíamos nos tostaron y nos trituraron. ¡Dios mío, cómo dolía! A continuación, nos mezclaron con agua, lo que hizo que nos transformáramos en una masa blanquecina.

    También había allí unas máquinas enormes y extrañas. En ellas nos echaron y nos comprimieron en una placa para horno, bajo un calor extremo, hasta formar varios discos de harina.

    Estuvimos una noche entera apilados, sin entender qué nos estaba pasando. A la mañana siguiente, las mismas personas que trabajaban con aquellas máquinas nos llevaron a otro tipo de equipamientos, que lanzaban vapor sobre nosotros.

    En medio de tanto martirio, sin atinar con el motivo de ese proceso, lo único que hacíamos era rezarle a Dios continuamente.

    Después de largas horas, estábamos bastantes húmedos. Luego nos pusieron en una tercera máquina, cuya función era cortarnos en círculos más pequeños. ¡Fue una horrible sucesión de torturas!

    Finalmente nos guardaron en un tarro. Nadie sabía qué estaba ocurriendo.

    Únicamente nos consolaba un hecho: estábamos todos juntos unidos más que nunca… ¡por no decir que éramos uno solo!

    Cuando nos dimos cuenta… ¡ya éramos pan! Aunque un pan diferente, no de esos corrientes que se encuentran en las panaderías.

    Pasamos unos días de mucha expectación. ¿Qué sucedería con nosotros? Sabed, amigos míos, que el dolor de la espera es tremendo. Hasta que una mano misteriosa nos sacó de nuestro recipiente: era un monje que estaba preparando el material para la santa misa.

    En ese mismo momento es cuando os estoy contando la historia de mi vida. ¡Somos hostias destinadas a la consagración! Para esto fuimos sembrados. ¡Cuánta emoción! No sé cómo contener las lágrimas… ¡Adiós, amigos!

    *     *     *

    Aquí terminan las palabras del piadoso grano de trigo. Ahora otra letra, escrita en oro, marca estas líneas:

    Soy el ángel que cuidó del trigal y fue observando la existencia de ese grano de trigo, cuya narración deseo terminar.

    Cuando el sacerdote formuló las palabras de la transubstanciación, aquel trigo dejó de existir, quedando sólo su apariencia. Ya no era pan, sino Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Yo protegí esos granos, para que un día pudieran ser partícipes de este sublime milagro.

    Sabed, queridos lectores, que en la vida humana también sucede algo similar. Podéis pasar por innumerables dificultades y luchas, pero tened confianza en el Dios que os ha creado y en la Madre de misericordia. Ellos tienen altísimos designios para vosotros. Estáis llamados a la santidad heroica; por tanto, no os desaniméis nunca, porque os está destinado un gran premio, si perseveráis hasta el final. ◊

    Hna. Aline Karolina de Souza Lima, EP

  • El burrito más feliz de la Historia

    El burrito más feliz de la Historia

    Había pasado ya de la hora nona y el sol aún calentaba con fuerza la aldea de Betfagé, situada en las proximidades de Betania. En aquellos días, toda la región experimentaba la sequía y el hambre…

    Los hijos de Bartolomé, honesto labrador, molían el trigo, que con tanto esfuerzo habían producido ese año, y ordenaban el heno en el granero de la casa. Marcos, el más joven de la familia, se encargaba de llevarles la harina a los compradores. Solía canturrear los salmos mientras cargaba los lomos de su burrito con pesados sacos de harina.

    Ese animal era joven y gozaba de buena salud. Nadie lo había montado nunca; solamente lo usaban para carga. Obedecía prontamente y se entregaba tanto como podía en las tareas de transporte.

    Aquella tarde, el pobre asno estaba bastante cansado… Después de una merecida ración de comida y una considerable dosis de agua, pudo retirarse a fin de recuperar las fuerzas para la próxima jornada.

    —Vaya, ¡qué pesado ha sido tu trabajo hoy! ¡Eh, burrito! ¡Qué vida tan dura llevas! —le decía una atrevida gallina.

    —Pues sí, estoy exhausto…

    En ese mismo instante en que conversaban, empezó a temblar el suelo. Una enorme polvareda se levantó y la gallina, desesperada, comenzó a gritar:

    —¡Ha llegado el fin del mundo! ¡Me voy corriendo a recoger a mis polluelos bajo mis alas! ¡Adiós!

    Y se marchó… El borriquito se empacó, contuvo la respiración, cerró los ojos y se encogió de miedo. Entonces oyó una voz atronadora:

    —¡¡¡Alto!!!

    La tropa, que se trasladaba a pasos sincronizaos, se detuvo disciplinadamente frente a la casa de Bartolomé. Poco a poco, la nube de polvo fue desapareciendo y el burrito tuvo el valor de abrir uno de sus ojos para comprobar si el mundo se había acabado realmente… Sorprendido, percibió que se trataba de una legión romana que se dirigía a Jerusalén. Y en medio de la multitud de soldados vislumbró algunas cuadrigas tiradas por fuertes y hermosos caballos.

    El joven asno, amarrado en un poste, pensaba consigo mismo:

    —¡Ay! ¡Qué honroso sería llevar uno de esos carros utilizado únicamente por oficiales de guerra! Ese capitán, tiene tanta categoría… ¡Qué hombre importante! Todos los judíos se apartan para dejarle pasar. ¡Oh, qué magnífico!

    Pero después de un largo suspiro:

    —¡Ah, si yo fuera un caballo…! Sin embargo, nací jumento… ¡Así lo ha querido Dios!

    Esa noche, el pobre animal estuvo soñando con la gloria de ser un corcel.

    Al rayar la aurora, Marcos reanudó el trabajo con los sacos de harina. Durante los desplazamientos, el burrito oyó el sonido de flautas y tambores. Poco después, vislumbró una caravana de mercaderes orientales. Decenas de camellos, ataviados con ricos jaeces y cargados de valiosos objetos pasaron delante del humilde borriquito que, lleno de admiración, exclamó:

    —¡Mira todos esos camellos! ¡Qué lujosos arreos! Riendas de oro y plata… ¡Qué maravilla! Hasta se parecen a aquellos que mi abuela me contaba que había conocido hace unos treinta años, que acompañaba a tres reyes de Oriente. ¡Ah, si yo pudiera llevar, como ellos, a ricos mercaderes orientales, revestido de ropas y turbantes coloridos, cargados de piedras preciosas y finos tejidos! No obstante, aquí estoy, atado a una estaca…

    Recogido en sus meditaciones, el jumento seguía pensando:

    —¡Oh Dios, Creador mío, cómo desearía hacer algo grandioso en mi vida! Pero he nacido asno, cría de jumenta… ¡Que se haga tu voluntad!

    Y prosiguió con su faena diaria.

    Más tarde, casi al final de la jornada, nuevamente se encontraba atado a una cuerda, prendido al poste junto a la puerta. De repente, vio a dos hombres que se acercaban y, sin dar explicaciones, empezaron a deshacer los nudos que lo retenían.

    —Eh, ¿qué me va a pasar ahora? Creo que esta gente tiene tanta hambre que ha decidido comer carne de burro. ¡Quien tiene hambre hasta de esto se alimenta! ¡Qué le voy a hacer!…

    Suspirando continuó:

    —¡Que se haga la voluntad de Dios!

    Al darse cuenta, a distancia, de que querían llevarse su animal de carga, Marcos se dirigió a los dos desconocidos y les preguntó por qué lo desataban. La respuesta fue misteriosa:

    —El Señor lo necesita, pero enseguida te lo devolverá.

    Sin oponer resistencia, Marcos les permitió que se llevaran al borriquito, el cual se dejó guiar tranquilo y resignado.

    Después de un tiempo de caminata, he aquí que se encuentra ante un hombre imponente y de trato bondadoso. Abrió sus ojos como platos para verlo mejor y levantó sus grandes orejas.

    —Este hombre es muchísimo superior a aquellos oficiales romanos y ni de lejos se parece a los orientales que venían en camellos. ¡Ah, no hay comparación! Es diferente.

    Para mayor asombro suyo, varias personas cubrieron con mantos su dorso y a continuación aquel varón se montó en él. No tardó mucho en comprender que se trataba de Jesús de Nazaret, el Mesías esperado desde hacía siglos.

    Su corazón latía cada vez más fuerte… Uno de los que formaban parte del séquito empezó a tirar de él con mucha suavidad siguiendo las orientaciones del Maestro. ¡El burrito se sentía más noble que un brioso corcel!

    Cuando llegaron a las puertas de Jerusalén, una aglomeración de personas de todas las edades y condición los esperaba ansiosamente. Extendían ramas de palmeras en el suelo o las balanceaban en señal de aclamación. También se desprendían de sus propios mantos y los depositaban para que el humilde borriquito del Salvador pasara por encima de ellos.

    —¡Hosanna!¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

    Mientras las capas u otros valiosos tejidos iban recubriendo el camino a su paso, el burrito tuvo un estremecimiento interior. Sin embargo, reconoció que aquella gloria no era suya, sino del Redentor que en él iba montado.

    Cuando terminó la procesión, el Señor se bajó y entró en el Templo. Al final del día, llevaron al borrico de vuelta con su dueño, que lo ató nuevamente al poste. El resto de su vida quedó señalado por aquel día de gloria. Era el animal más feliz del mundo, porque había recibido la gracia de cargar al Rey del universo. ◊

    Por la Hna. Letícia Gonçalves de Sousa, EP