Categoría: Ángeles

  • El Ángel de la Guarda, un príncipe celestial al servicio de cada uno de los hijos de Dios

    El Ángel de la Guarda, un príncipe celestial al servicio de cada uno de los hijos de Dios

    De acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia, los ángeles se dividen en nueve categorías
    superpuestas: Serafines, Querubines, Tronos, Dominaciones, Virtudes, Potestades, Principados,
    Arcángeles y Ángeles.
    Aunque todos esos espíritus celestiales contemplan a Dios directamente, no lo hacen con
    igual amplitud de conocimiento. O sea, los que se encuentran en un nivel superior tienen una
    visión más plena e inmediata de Él, discerniendo una serie de perfecciones divinas que los
    menores no alcanzan a distinguir. Sin embargo, esta diferencia de intelección es compensada por
    la infinita bondad del Creador, el cual dispuso que los primeros revelen a los segundos todo lo
    que consiguen aprender sobre Él. Y así, esas nociones con respecto a Dios van siendo
    transmitidas de un ángel a otro, y de una jerarquía angélica a otra, desde la más elevada, donde
    se encuentran los Serafines, hasta la menos excelsa, que es la de los ángeles.
    Se admite que a esos espíritus puros Dios les confió el gobierno de los astros, de tal
    forma que cada estrella y cada planeta del Universo posee un ángel que lo rige, según los sabios
    deseos del Altísimo. De ahí la perfección del orden sideral.
    Ahora bien, así como cada estrella del firmamento tiene un ángel designado para
    dirigirla, así también cada hombre cuenta con la tutela y la protección de una criatura angélica:
    su Ángel de la Guarda. ¡Tan esplendoroso, tan magnífico, que, a veces, cuando él aparece a su
    protegido, este piensa que está delante del propio Dios! Al mismo tiempo – creo yo – tan
    parecido espiritualmente con su pupilo que, si cada uno de nosotros conociese a su Ángel de la
    Guarda, quedaría pasmado al constatar cuánto él es conforme a sus buenos sentimientos y a sus
    voliciones ordenadas, y se sentiría como un pariente próximo de ese grandioso Príncipe
    Celestial…

    Nuestros Ángeles de la Guarda no nos pierden de vista un solo instante, ni de día, ni de
    noche, pues aún cuando dormimos velan por nosotros. A todo momento ellos hablan a nuestras
    almas, susurran con cariño y bondad consejos que nos llevan por las sendas del bien; y cuando se
    ven obligados a hablarnos con vigor, lo hacen a la manera de un buen padre que a veces reprende
    a su hijo, justamente porque lo ama.
    Nuestros guardianes celestiales se encuentran, por lo tanto, continuamente debruzados
    sobre nosotros.
    Cuando nos sintamos solos, cuando estemos, por ejemplo, transitando por las calles de las ciudades contemporáneas, tan cercadas de inmoralidades, tan sucias, tan impregnadas de
    polución y de inmundicias de toda especie, roguemos la protección de nuestros Ángeles de la
    Guarda. Antes de salir de casa, digamos: “Mi Santo Ángel, acompañadme, venid conmigo,
    protegedme, habladme al alma y ayudadme a evitar las malas miradas, a las personas que quieran
    causarme daño, los accidentes que me puedan masacrar; ¡traedme, en fin, todo bien!”
    Y cuando estemos en cualquier apuro, acordémonos de esa verdad reconfortante: un
    Ángel de la Guarda nunca abandona a su protegido. Por lo tanto, mientras caminamos y oímos
    resonar nuestros pasos sobre el cemento de la acera, pensemos: “Mi Ángel de la Guarda me está
    viendo”. Si sufriéremos una tentación, digamos incontinenti: “¡Mi Santo Ángel, protegedme,
    apartad de mí ese demonio que me tienta!”
    Es interesante notar que, mientras vigilan así a los hombres sobre la Tierra, los Ángeles
    de la Guarda continúan contemplando a Dios cara a cara. Y ahí, en la presencia del Altísimo,
    permutan impresiones con respecto a lo que sucede en el mundo, a la lucha entre buenos y
    malos, al desarrollo del plan de Dios para la humanidad, etc. Aunque no tengan una noticia
    exacta de los designios divinos sobre la creación terrena, los ángeles, sin embargo, como están
    dotados de una inteligencia superior, levantan entre sí hipótesis y conjeturas acerca de tales
    designios. Y esa interlocución angélica sube al Trono del Creador como un extraordinario e
    indescriptible cántico de alabanza y de glorificación.
    Sepamos, entonces, que cada uno de nosotros se beneficia de la tutela de uno de esos
    seres maravillosos. Sepamos, también, agradecer a nuestro Ángel de la Guarda la protección
    incansable que nos dispensa, y decir, todos los días, esta bella jaculatoria formulada por la
    Iglesia: “Ángel de Dios, que eres mi custodio, ya que la soberana piedad me ha encomendado a
    ti, ilumíname, guárdame, rígeme y gobiérname. Amén”.

    (Revista Dr. Plinio, No. 5, agosto de 1998, pp. 21-22, Editora Retornarei Ltda., São Paulo).

  • El maravilloso mundo de los Ángeles

    El maravilloso mundo de los Ángeles

    -¿Hijo mío de dónde vienes?

    -Vengo de la Corte Celestial, donde tengo la dicha de contemplar el rostro indeciblemente bello del Creador. Esta es la mayor felicidad de los bienaventurados, ¡mis eternos compañeros de gloria!

    -¿Y quién es ese varón que te acompaña?

    – Madre mía, este es un ángel, que pertenece al octavo coro angélico, el Coro de los Arcángeles, arriba de los Ángeles de la Guarda, que forman el noveno coro angélico. Como ves, es mucho más bello que yo, pues está más próximo de Dios. El Divino Redentor envía este celeste protector para que, a partir de hoy, te acompañe y proteja, día y noche.

    Santa Francisca Romana -pues es de ella que se trata- estaba inundada de indecible felicidad. A partir de esa memorable noche, gozó de la visión constante de su Arcángel protector. Pero era tan resplandeciente la belleza del celestial mensajero, que él tenía que graduar su luz para que la santa pudiese fijar su rostro. En efecto, conforme afirman innumerables santos que recibieron la gracia de ver algún ángel, el brillo de ellos es superior al del sol.

    La existencia de los ángeles, una verdad de Fe

    Claro está que la visión en este mundo, de las criaturas angélicas es un excepcional privilegio. Pero muy consoladora es la doctrina católica a respecto de los ángeles.

    En primer lugar, su existencia es una verdad de Fe. El testimonio de la Escritura a ese respecto es tan claro cuanto la unanimidad de la Tradición, como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica.

    Grandes comentadores de la Sagrada Escritura, como San Jerónimo y Santo Tomás de Aquino, afirman que todo niño, en el momento de su nacimiento, recibe de Dios un Ángel de la Guarda. «Desde el inicio hasta la muerte, la vida humana es cercada por su protección y por su intercesión», enseña el Catecismo (nº 336). «Cada fiel es acompañado por un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida» escribe San Basilio (apud CIC, 336). Y no son apenas los niños bautizados quienes reciben un ángel custodio, sino todo recién nacido.

    La Providencia Divina, que todo gobierna con gran misericordia, concede igualmente a los grupos humanos un ángel protector. Las familias, las ciudades, las provincias y las naciones, en la opinión de la gran mayoría de los teólogos, reciben también del Creador un Ángel de la Guarda.

    Siempre a nuestro lado

    No son raros los casos de ángeles que aparecieron para librar a sus protegidos de grandes peligros, o simplemente para aliviarles los sufrimientos.

    Santa Gema Galgani, fallecida a los 25 años en 1903, veía frecuentemente a su Ángel de la Guarda. En su infancia, cierta noche estaba ella tan triste que no conseguía dormir. Se le apareció entonces el ángel, le puso la mano en la cabeza y le dijo: «Duerme, pobre niña». Dichas con tanta ternura, esas simples palabras le restituyeron la paz, y durmió suavemente. Cuando joven, permaneció un día, rezando hasta muy tarde en una Iglesia. Al salir del templo, vio al buen ángel que la acompañó hasta su casa.

    San Policarpo, discípulo de San Juan Evangelista, viajaba a Esmirna, ciudad de la cual era obispo. Tuvo que pernoctar en una hospedería, juntamente con un compañero. En el silencio de la noche, el santo obispo fue despertado por una misteriosa voz, que le decía que la casa se iba a desmoronar. Policarpo se levantó, despertó a su compañero, pero éste se rehusó a salir. Entonces apareció visiblemente el Ángel de la Guarda de San Policarpo, ordenando a los dos viajeros que saliesen inmediatamente de la hospedería. Apenas salieron, la casa se derrumbó con gran estruendo.

    Nuestro Ángel de la Guarda, aunque de forma invisible, está tan real y verdaderamente a nuestro lado como el de Santa Francisca Romana o el de Santa Gema Galgani. Él lleva nuestras oraciones hasta el trono de Dios. Es una trompeta celestial que amplía el sonido de nuestras oraciones, las purifica, las vuelve más bellas, más agradables a Dios.

    La Sagrada Escritura describe la conmovedora historia del joven Tobías, que necesitó hacer un largo y peligroso viaje, para atender los deseos de su viejo padre, que estaba ciego. Ya en el inicio del trayecto, le envió Dios un ángel, disfrazado bajo la forma de un esbelto joven. Fue un abnegado compañero de Tobías, librándolo de muchos peligros y celadas. Regresó con él a la casa del venerado padre, y lo curó de la ceguera. Ante la admiración maravillada de la familia, el fiel amigo de Tobías reveló que su nombre era Rafael, uno de los más elevados ángeles de la corte celestial, y explicó por qué Dios había mandado a socorrer a Tobit, padre del joven: «Cuando tu orabas con lágrimas y enterrabas los muertos, cuando dejabas tu comida e ibas a ocultar a los muertos en tu casa durante el día, para sepultarlos cuando llegase la noche, yo presentaba tus oraciones al Señor. Pero porque eras agradable al Señor, fue necesario que la tentación te probase. Ahora el Señor me envió para curarte» (Tb 12, 12-14).

    El Universo repleto de ángeles

    El profeta Daniel, el Evangelista San Juan y el Apóstol San Pablo, refiriéndose al número de los ángeles creados por Dios, hablan de millones y millones, de las miríadas y miríadas de ángeles que ellos contemplaron en el cielo.

    Con bellísimas palabras describe el profeta David, en sus Salmos, la solicitud llena de ternura con que los ángeles nos protegen: «Teniendo a Yahvé por refugio, al Altísimo por tu asilo, no te llegará la calamidad ni se acercará la plaga a tu tienda. Pues te encomendará a sus ángeles para que te guarden en todos tus caminos, y ellos te levantarán en sus palmas para que tus pies no tropiecen en las piedras» (Sl 90, 11-12).

    Enséñanos el Gran Doctor de la Iglesia, San Ambrosio de Milán, que «todo está repleto de ángeles: el aire, la tierra, el mar y las iglesias a ellos sujetas».

    Millones de ellos permanecen constantemente en la Corte Celestial. Otros recibieron de Dios la misión de velar por el admirable orden del universo: es gracias a su sabia intervención que el Sol, la Luna, las estrellas y los ríos siguen maravillosamente sus cursos.

    Recordemos, por fin lo que sucedió al seráfico San Francisco de Asís. Su Ángel de la Guarda lo hizo oír, durante apenas dos minutos, un trecho de una de las incontables melodías que se entonan continuamente en la Corte Celestial. El Santo quedó embriagado de tal felicidad que contó a sus hermanos de vocación: «Estoy dispuesto a ayunar durante mil años, para experimentar nuevamente en mi alma aquella felicidad, imposible de ser descrita con el lenguaje de esta tierra.

  • Ángeles de la Guarda

    Ángeles de la Guarda

    Nuestros Ángeles de la Guarda están más prestos a ayudarnos de lo que nosotros pensamos. Es cuestión de acudir a ellos.

  • ¿Cómo son los Ángeles?

    ¿Cómo son los Ángeles?

    Al hablar sobre los ángeles, con mucha facilidad nos viene a la memoria la clásica representación de un misterioso joven de hermosa apariencia, revestido con una larga túnica blanca. No podemos considerarla una imagen errónea, dado que las mismas Escrituras los presenta de esa manera, como por ejemplo en el episodio de Tobías.

    En 1917, las apariciones de Fátima fueron precedidas por algunas intervenciones angelicales. El Ángel de la Paz se apareció tres veces a los pastorcitos, y sería descrito más tarde por la hermana Lucía, una de las videntes, de la siguiente manera:

    “Comenzamos a ver… una luz más blanca que la nieve, con la forma de un joven transparente, más brillante que un cristal atravesado por los rayos del sol. A medida que se aproximaba, íbamos distinguiendo sus facciones: un joven de unos 14 o 15 años, de gran belleza. Estábamos sorprendidos y medio absortos”.

    La descripción de la hermana Lucía revela poco al respecto de los seres angélicos, y más bien aumenta el misterio que los rodea. Hasta en la Sagrada Escritura faltan elementos precisos sobre su naturaleza y atributos; lo que sabemos se deduce de su acción, en las misiones que Dios les ha confiado entre los hombres.

    ¿Quiénes son los ángeles, a fin de cuentas? ¿Cuáles son sus características? Podemos encontrar la respuesta en los escritos de uno de los autores que más a fondo trató el asunto: santo Tomás de Aquino, el Doctor Angélico. Basados en su doctrina, veamos algunas de las interesantes cuestiones relativas a los ángeles.

    ¿Los ángeles son más numerosos que los hombres?

    Dios, al crear, tuvo en vista “la perfección del universo como finalidad principal” 1, puesto que tenía el propósito de reflejar el supremo Bien, o sea, a sí mismo. Por ello, hizo en mayor número a los seres más elevados. Y los espíritus celestiales, que superan en dote y cualidad a los seres corpóreos, fueron creados en tanta cantidad, que a su lado todas las estrellas del firmamento no pasan de un puñadito de piedras preciosas.

    Todos los hombres –desde Adán hasta el último que nazca al final del mundo– son pocos en comparación a las miríadas de puros espíritus que reflejan tan perfectamente al Creador de los hombres y de los ángeles. Dionisio, con gran veracidad, confesó humildemente: “Los ejércitos bienaventurados de los espíritus celestiales son numerosos, superando la medida estrecha y limitada de nuestros números materiales” 2.

    ¿Los ángeles son todos iguales?

    Según el Doctor Angélico, las criaturas deben representar la bondad de Dios. Pero ninguna criatura –¡ni siquiera María Santísima!– es capaz de representar suficientemente toda la bondad divina, para esto creó seres múltiples y distintos; así, cada individuo expresa una faceta diferente del Bien Supremo, y suplirá uno lo que no se halla en otro.

    Los seres creados –si se los dispusiera en una escala de menor a mayor– forman una inmensa cadena, donde el conjunto de los varios grados, cada cual más excelente, entregará una noción más completa y arquitectónica de la Suma Perfección de lo que podrían hacerlo cada uno de ellos por su sola parte 3.

    Además, en la medida en que las criaturas se acercan al Bien Supremo, las diferencias entre ellas se multiplican, para reflejar mejor la riqueza infinita de los dones de Dios. De modo que la extremada variedad del mundo angélico supera al mundo físico hasta el punto de hacer parecer a este último pálido, pobre e incluso monótono en comparación.

    Entre los ángeles no hay individuos semejantes, agrupados en familias o razas, como sucede en el género humano. Cada uno difiere del otro como si fueran otras tantas especies 4. Santo Tomás de Aquino, basándose en la Escritura, los ordena en tres jerarquía y nueve coros: “Isaías habla de los Serafines; Ezequiel de los Querubines; Pablo, de los Tronos, las Dominaciones, las Virtudes, las Potestades, los Principados; Judas habla de los Arcángeles, mientras el nombre de Ángeles figura en muchos sitios de la Escritura” 5.

    Mientras san Dionisio explica la división de la jerarquía angélica en función de sus perfecciones espirituales, san Gregorio lo hace de acuerdo a sus ministerios exteriores: “Los Ángeles son los que anuncian las cosas menos importantes; los Arcángeles, las más importantes. Las Virtudes, por ellas se realizan los milagros; las Potestades, por las que se reprimen los malos poderes; los Principados, que presiden a los mismos espíritus buenos” 6.

    ¿De qué manera los ángeles pueden influir en los hombres?

    Los ángeles pueden influir profundamente en los hombres, aunque lo hagan siempre con discreción, porque la humildad también es una virtud angelical. ¡Cuántas veces una buena inspiración tiene su origen en un ángel! O cuando el presentimiento de algún peligro grave hace que las personas tomen medidas que las libran de un accidente o de un gran daño, ciertamente un ángel solícito estaba cuidando el bien de su protegido.

    Pero los ángeles ejercen un importante papel, sobre todo en lo que respecta a la fe, como nos lo enseña el Doctor Angélico: “Dionisio prueba que las revelaciones de las cosas divinas llegan a los hombres mediante los ángeles. Esas revelaciones son iluminaciones, por tanto los hombres son iluminados por los ángeles” 7.

    Por el orden de la Divina Providencia –continúa santo Tomás– los inferiores se someten a las acciones de los superiores. Así como los ángeles inferiores son iluminados por los superiores, también los hombres, inferiores a los ángeles, son iluminados por éstos. […] De otro lado, el intelecto humano, en cuanto inferior, es fortalecido por la acción del intelecto angélico” 8.

    ¿Es verdad que tengo un ángel de la guarda para protegerme?

    Al abordar este punto, el Doctor Angélico cita el comentario de san Jerónimo a las palabras del Divino Maestro: “Sus ángeles [de los pequeños] en los cielos ven continuamente el rostro de mi Padre” (Mt 18, 10). “Grande es la dignidad de las almas –afirma san Jerónimo– ya que, al nacer, cada una tiene un ángel delegado a su custodia” 9.

    Así, cada hombre recibe un príncipe de la corte celestial que nunca lo abandona, por más que atraviese situaciones culpables o pavorosas. Tal como reza una devota oración al ángel de la guarda, él rige, custodia, gobierna e ilumina a su protegido. El ángel ilumina al hombre para inclinarlo al bien o comunicarle la voluntad divina 10 y lo protege contra los asaltos del demonio. Sobre todo, el ángel se mantiene siempre ante la presencia de Dios, incluso estando al lado de su protegido, intercediendo continuamente por él.

    NOTAS:

    1) I, q. 50, a.3 resp.

    2) De Caelesti Hierarchia, cap. 14, in MIGNE, PG, 3, 321 A.

    3) cf. I q. 47, a. 1e 2.

    4) cf. I q. 50, a. 4.

    5) cf. I q. 108, a. 5 s.c.

    6) cf. I q. 108, a. 5 resp.

    7) cf. I q. 111 a. 1 s.c.

    8) cf. I q. 111 a. 1 resp.

    9) MIGNE, PL, 26, 130 B.

    10) cf. I q. 111 a. 1.

    Apud: Revista Heraldos del Evangelio, Madrid, nº 50, septiembre 2007

  • El rechazo al llamado de Dios

    El rechazo al llamado de Dios

    Plinio Corrêa de Oliveira

     La actitud del Sagrado Corazon de Jesús con Luis XIV fue de misericordia, mas al mismo tiempo de entero respeto –el Corazón de Jesús podía llamarse “Corazón infinitamente respetuoso de Jesús”- en relación a la organización politico-social vigente.

    Era bien claro que Él quería considerar al rey de manera tal, que no hizo ninguna alusión directa a la mala vida, ni a los pecados personales del monarca, sino que llamó de “hijo dilecto de mi Corazon” a un pecador que lo había insultado públicamente de diversas maneras. Basta mencionar la destrucción del Calvario edificado por San Luis Maria Grignion de Montfort, pero hay muchas otras cosas que mencionar para que se comprenda bien cuanto Luis XIV erró, al lado de algunas cosas magníficamente acertadas que el hizo, como, por ejemplo, la revocación del Edicto de Nantes.

    Consecuencias de la infidelidad a la correspondencia al llamado divino

    Acaba siendo, por tanto, que el Sagrado Corazon de Jesús trató a Luis XIV con mucho afecto, porque quiso hacer de él la primera concha de repercusión de su apoyo, pues el recado de Él a Santa Margarita Maria Alacoque, que se dirige al mundo entero, debería ser comunicado antes que nada al rey. Y por la repercusión que encontrase en él, tener una dilatación por toda Francia, hija primogénita de la Iglesia.

    En su comunicación, queda bien claro que Nuestro Señor esperaba que las diversas clases sociales fuesen dejando filtrar, de unas para otras, el Mensaje, y que, al final de cuentas, éste se esparciese por el reino entero, con la aceptación de la misión de las clases mas altas de batir al unísono con la de un rey fiel al Corazon de Jesús.

    Esto me parece muy importante inclusive desde el punto de vista contrarrevolucionario, pues si Luis XIV hubiese hecho así y Francia entera se hubiese convertido al son de la voz del monarca amado por el Sagrado Corazón, creo que la Revolución Francesa habría quedado impensable. Noten bien: no es decir que ella se tornaría imposible, pero quedaría impensable. Porque con el prestigio que tenía la realeza en aquel tiempo, mas también el prestigio individual colosal que Luis XIV, el Rey Sol, poseía en Europa entera, todo eso junto haría con que el modo de embeberse esa devocion en la nobleza y después en el pueblo sería de un efecto extraordinario.

    Por consiguiente, si la llave de la Revolucion no hubiese sido abierta sobre Francia, no habría podido alcanzar al mundo entero como lo alcanzó. El prestigio de Francia concurrió enormemente para que la Revolución se tornase universal. Entonces, queda un hombre colocado en la posición por donde depende todo de él, darse o volver atrás. En lo que dice respecto a la actitud reparadora de nuestra espiritualidad, del Sagrado Corazon de Jesús como devoción inspiradora de pensamientos y actitudes contrarrevolucionarias, esto tiene mucho propósito.

    Estado de espíritu difundido por el mal

    ¿Por qué el Sagrado Corazon de Jesús estaba de tal manera pisado?

    Además, en un periodo respecto del cual San Luis Grignion llegó a afirmar que la impiedad estaba inundando la Tierra entera. ¿Cómo se explica que analicemos la situación del mundo en el Ancien Régime casi con una nostalgia de aquello que nosotros no conocemos, situación ésta que incluso antes del fin del Ancien Régime – por tanto, cuando él estaba menos grave de lo que se volvió en las vísperas de la Revolución Francesa – fue calificada por San Luis Maria Grignion y tantos otros santos , y a fortiori por el Sagrado Corazon de Jesús, como una situación gravísima?

    Hubo la difusión de un estado de espíritu por el cual, cuando alguien denuncia el avance del demonio, una u otra vez, en sordina, se dicen palabras de apaciguamiento, de duda, de dejar hacer dejar pasar. Se entreve que Luis XIV y las personas de su tiempo que recibieron el Mensaje del Sagrado Corazón participaban de un estado de espíritu que les sugería ideas mas o menos así: “Tenemos al Rey Sol y todo el principio monárquico que brilla con su esplendor máximo; en este momento hablar de la posibilidad de una Revolución que va a llegar hasta la decapitación de los reyes, a un virtual destronamiento de las dinastías es un absurdo. Nuestro Señor dijo eso a Sor Margarita María, pero en la superior sabiduría de Él, de la cual yo soy partícipe – porque la vanidad no puede dejar de entrar en esas ocasiones – percibo por mi feeling y por la sensación normal de las cosas que eso va a demorar”.

    De donde la idea de que ese Mensaje no podría ser tomado tan en serio, y debería ser sensatamente relativizado. Así, todos los reclamos hecho por medio de San Luis Grignion y otras personas deberían parecer radicalismos y fanatismos.

    Mensajes totalmente viables de ser creídos

    Esto constituyó un pecado enorme, pues este Mensaje fue dado en condiciones de, lógicamente, ser creído por todo el mundo. Dios no pidió a nadie una adhesión irracional, pero si un rationabile obsequium: había todas las razones para creer en la autenticidad de este Mensaje como, por ejemplo, en el de Fátima. Estuve leyendo hace algún tiempo, un relato sobre cosas de Fátima y encontré lo siguiente; el medico de Jacinta era uno de los mejores de Lisboa. Y el día del entierro de la vidente había una reunión de un centro medico católico de mucha importancia en la vida cultural de Lisboa. El Cardenal Arzobispo Patriarca de Lisboa presidía la reunión, cuando llegó atrasado ese gran medico cuya ausencia todos es- taban notando. Él pedía disculpas al Cardenal por el atraso y dijo que fue a Fátima a acompañar el entierro de Jacinta. A pesar de la respetabilidad de ese medico, la sala rompió en carcajadas por causa de la credulidad suya. Inclusive el Cardenal reía a banderas desplegadas.

    Es decir, el Mensaje de Fátima, dado por medio de tres pastorcitos, tenía todas las condiciones para ser creído. Pues bien, la actitud del público lisboeta frente al entierro de Jacinta es casi una negación juguetona.

    Se ve que esa posición fue tomada por ciertas corrientes frente a la devoción al Sagrado Corazon de Jesús. Probablemente hubo risas así en círculos precursores del voltaireanismo, del iluminismo, etc.

    Tomado de conferencia de 29/1/1995

  • Milagros eucarísticos

    Milagros eucarísticos

    Nada consuela más que la Eucaristía. Cuando tenemos alguna aflicción,
    buscamos a alguien con quien conversar, si tenemos un amigo o una amiga. Si se trata de una señora, ella busca a su amiga; si se trata de un señor, él busca a su amigo para abrirse y para conversar con respecto al drama que le acomete en ese momento.

    Y al poder hablar con ese amigo, la persona siente un alivio al poder expresar los sentimientos de dolor, de preocupación y de aflicción que lleva dentro de sí. Sobre todo si el amigo entiende lo que ella está diciendo.

    En la Eucaristía, nosotros no tenemos a un amigo común: en la Eucaristía tenemos a un Amigo con “A” mayúscula. Es el Amigo por excelencia: Nuestro Señor Jesucristo está en la Eucaristía en cuanto deseoso de salvarnos.

    Porque el hecho de Él haberse dejado como alimento, no es poca cosa. 

    Pensar que Él creó al hombre de tal forma que el hombre tiene que tomar desayuno, almuerzo, merienda, comida; tiene que comer todos los días y no puede dejar de comer sino se muere. ¿Por qué creó al hombre con esta necesidad? Con vistas a, en determinado momento, dejarse Él mismo como alimento nuestro.

    Los ángeles no fueron creados con base en la alimentación y, por lo tanto, los ángeles no se pueden servir de la Eucaristía. Este es un privilegio nuestro, de la Humanidad. Él se dejó a sí mismo como alimento, y Él es el Amigo que está en el tabernáculo, Él es el Amigo que va a estar en el altar, con el cual nosotros podemos conversar, abrir nuestra alma y colocarnos enteramente en sus manos.

    Más aún, cuando nosotros tomamos un alimento, el alimento se transforma en nosotros. Cualquier alimento que yo tomo es digerido por el organismo y yo aprovecho ese alimento, que es útil para mi salud, útil para mi sangre, para mis músculos, para mi desarrollo físico. Por lo tanto, el alimento se transforma en mí.

    Pero en la Eucaristía sucede un fenómeno muy diferente y opuesto a ese. Cuando yo tengo un vaso con un alcohol bueno y puro, y tomo una gota de esencia de primerísima categoría y la coloco en ese vaso, la gota es más pequeña que el vaso y, sin embargo, al tomar la gota de esencia y colocarla en el vaso con alcohol, el alcohol deja de ser alcohol para transformarse en perfume.

    Ahora bien, cuando yo comulgo, por ser Nuestro Señor Jesucristo quien está ahí en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en vez de yo transformarlo en mí, sucede una cosa bien opuesta: Él, Nuestro Señor Jesucristo, siendo Dios y Hombre verdadero, me asume. Quien explica eso es San Alberto Magno, San Efrén y varios otros santos: dada su substancia, siendo Él tan superior a nosotros, es Él quien nos asume y quien nos transforma, no nosotros a Él.

    Por eso Él dice: “Permanece en mí y Yo en él”, porque Él es quien nos asume. ¡Qué maravilla es el que nosotros podamos comulgar y podamos frecuentar el Santísimo Sacramento!

    Tal es el Santísimo Sacramento, que han sucedido milagros y más milagros a lo largo de la Historia para probar la grandeza de este milagro extraordinario.

    En Lanciano, un sacerdote que va a pronunciar las palabras de la Consagración, estaba con problemas de fe: cómo es eso y cómo no es. De repente, él tiene en sus manos un pedazo de carne de Nuestro Señor Jesucristo, que existe hasta hoy. Todos los corporales que recogieron la Sangre que escurrió están todavía expuestos en una Basílica de Italia, en Orvieto.

    Milagros en este continente americano, en Quito, por ejemplo, cuando los indios, en el comienzo de la colonización de Ecuador, invadieron el Monasterio de los Franciscanos y arrancaron copones llenos de hostias y se los llevaron por el monte. Bien de madrugada, cuando se despertaron, los fieles fueron atrás junto con el sacerdote y encontraron todas las hostias, que habían sido tiradas por los indios, siendo levantadas por hormigas – paradas –, las hormigas levantando las hostias. Y fue posible recoger cada hostia y recuperar todas las hostias. Las hormigas atendiendo al culto de la Eucaristía…

    San Luis IX – el gran San Luis IX – Rey de Francia, estaba escribiendo en su sala de trabajo en su castillo, el Château de Vincennes, y llega corriendo asustado y alborotado un monaguillo diciendo: “¡Majestad, corra, Majestad! Porque cuando el sacerdote levantó la Hostia, ¡en las manos del sacerdote apareció el Niño Jesús!” Él se levantó, se arrodilló allí donde estaba, se reincorporó y dijo: “Mi fe no me exige que vaya hasta allá, porque estoy ocupado. Yo creo firmemente que en la Hostia está el Cuerpo, Alma, Sangre y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Vuelva para allá, que yo voy a adorarlo desde aquí.” Y continuó trabajando.

    ¡Cuántos milagros! Y aquí está, en el tabernáculo, Nuestro Señor Jesucristo y va a estar aquí en el altar. Cuántas veces podemos entrar en la iglesia y hacer adoración al Santísimo, cuántas veces podemos aproximarnos a la mesa eucarística.

    Cuántas veces estando en casa, en nuestros quehaceres, yo puedo dirigir mi pensamiento a un lugar donde está el Santísimo Sacramento y pedirle al Santísimo Sacramento, desde donde estoy, pedirle a Él, donde Él está, la gracia de poder recibirlo espiritualmente.

    Extraído de la Meditación del Primer Sábado en la Catedral da Sé, hecha por Monseñor João Clá Dias el 2/7/2005.