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  • Comunión SACRAMENTAL y ESPIRITUAL. ¿Cuál es la diferencia?

    Comunión SACRAMENTAL y ESPIRITUAL. ¿Cuál es la diferencia?

    El Pe. Mauricio Galarza de los Heraldos del Evangelio Ecuador nos invita a reflexionar sobre las dos formas de comulgar permitidas por la Santa Iglesia. Además de explicarnos las diferencias entre ellas, nos da consejos para hacerlas correctamente.

    Después de todo, la Comunión espiritual es un excelente recurso para pedir las gracias necesarias para nuestra santificación, entretanto, no podemos restar el valor que tiene la comunión sacramental. 

  • El diario de un grano de trigo

    El diario de un grano de trigo

    Hna. Lorena Mello da Veiga Lima, EP

    15 de junio 2022

    ueridos amigos, hoy deseo contaros la historia de mi vida. Me llaman trigo, al igual que los innumerables miembros de mi familia.

    Todo empezó cuando yo era una semillita: un sembrador me plantó con mucho cariño en un inmenso campo y fue siguiendo mi crecimiento. Mis primeros recuerdos son los de aquel campesino cuidándonos a mí y a mis hermanos, también simientes.

    Sin embargo, creedme: ¡nuestro desarrollo no fue nada fácil! Hubo un momento en el que casi acabamos ahogados en medio de lluvias torrenciales; en otra ocasión, una horrible sequía estuvo a punto de extinguirnos. Pero en todas las aflicciones el cauteloso agricultor estaba a nuestro lado, esforzándose por salvarnos.

    El tiempo fue pasando y surgió entonces una prueba peor: descubrimos que entre nosotros había intrusos. Sí, ¡intrusos! La maldita cizaña que pretendía perjudicar nuestra misión. Una de esas espigas nos dijo una vez:

    —¡Jamás, granos de trigo, os convertiréis en alimento! ¡Nos hemos introducido en este campo para arruinar la cosecha!

    Indignado, le respondí:

    —¡Estáis locas! El labrador nunca permitirá esa maldad; percibirá quienes sois e impedirá tal crueldad.

    —¡Jajaja! ¡Cuánta ignorancia! —replicó el adversario—. ¿No ves cuánta similitud hay entre nosotros? Ni siquiera se dará cuenta de que somos diferentes.

    No entendía cómo alguien podía ser tan ruin y le pregunté:

    ¿Por qué tienes tan malas intenciones?

    Y, horrorizado, le escuché decirme estas palabras:

    Porque envidio y odio el amor que el agricultor tiene por vosotros. Por eso no permitiré que os convirtáis en plantas adultas, aptas para la alimentación.

    No sabía cómo contestarle. ¿Cómo era posible que alguien odiara los planes que aquel campesino tenía con respecto a nosotros?

    Fue en esa circunstancia cuando descubrí que nuestro cultivo estaba destinado para la nutrición humana. ¡Qué extraordinario! Habíamos sido llamados para esto: alimentar. No obstante, tengo que aclararos, queridos amigos, que esa era mi idea en el pasadoahora, en el momento que narro mi vida, soy consciente de que he de realizar esta misión de una manera más elevada, ¡infinitamente más alta!

    Estábamos preocupados por saber si el labrador reconocería la invasión enemiga en nuestro campo. Le rezábamos a la Virgen pidiéndole su ine­fable auxilio en esa difícil situación. Cuando él nos visitaba parecía que no notaba la presencia de la cizaña. Íbamos creciendo atemorizados junto a aquellas traidoras. Hasta que llegó el tiempo de la cosecha.

    El día señalado, no apareció nuestro señor, sino uno de sus operarios. Este hombre sería quien haría la siega… Muchos de nosotros sollozaban, pensando que no nos distinguiría de la cizaña. Pero algo en mi interior me inspiraba palabras de confianza y de paz: «El agricultor nos salvará». Reconfortado por esta sensación traté de motivar a los demás en esa misma certeza. Gracias a la intercesión de María, todos recuperaron la valentía, animándose mutuamente. Y fuimos cortados de la tierra.

    Nos recogieron, cizaña y trigo, y nos llevaron a otro sitio. ¡Allí estaba esperándonos nuestro buen campesino! Nos congratulamos muchísimo de volver a verlo, sabiendo que en él se hallaba nuestra salvación. ¡Y, oh alegría, él fue quien nos separó de los enemigos! Fueron arrojados al fuego, desesperados al contemplar cómo se frustraban sus planes.

    A nosotros nos agruparon en haces y nos enviaron a otro sector. Esa fue la última vez que vimos a nuestro sembrador y agricultor. A pesar del dolor que esto significaba, nos sentíamos satisfechos, porque sabíamos que nos destinaba a un futuro prometedor.

    Nos llevaron a un lugar en el que tuvimos que sufrir mucho. Y yo que pensaba que lo peor de nuestra existencia ya había pasado, pero no era así: ¡estaba a punto de suceder! Gente que no conocíamos nos tostaron y nos trituraron. ¡Dios mío, cómo dolía! A continuación, nos mezclaron con agua, lo que hizo que nos transformáramos en una masa blanquecina.

    También había allí unas máquinas enormes y extrañas. En ellas nos echaron y nos comprimieron en una placa para horno, bajo un calor extremo, hasta formar varios discos de harina.

    Estuvimos una noche entera apilados, sin entender qué nos estaba pasando. A la mañana siguiente, las mismas personas que trabajaban con aquellas máquinas nos llevaron a otro tipo de equipamientos, que lanzaban vapor sobre nosotros.

    En medio de tanto martirio, sin atinar con el motivo de ese proceso, lo único que hacíamos era rezarle a Dios continuamente.

    Después de largas horas, estábamos bastantes húmedos. Luego nos pusieron en una tercera máquina, cuya función era cortarnos en círculos más pequeños. ¡Fue una horrible sucesión de torturas!

    Finalmente nos guardaron en un tarro. Nadie sabía qué estaba ocurriendo.

    Únicamente nos consolaba un hecho: estábamos todos juntos unidos más que nunca… ¡por no decir que éramos uno solo!

    Cuando nos dimos cuenta… ¡ya éramos pan! Aunque un pan diferente, no de esos corrientes que se encuentran en las panaderías.

    Pasamos unos días de mucha expectación. ¿Qué sucedería con nosotros? Sabed, amigos míos, que el dolor de la espera es tremendo. Hasta que una mano misteriosa nos sacó de nuestro recipiente: era un monje que estaba preparando el material para la santa misa.

    En ese mismo momento es cuando os estoy contando la historia de mi vida. ¡Somos hostias destinadas a la consagración! Para esto fuimos sembrados. ¡Cuánta emoción! No sé cómo contener las lágrimas… ¡Adiós, amigos!

    *     *     *

    Aquí terminan las palabras del piadoso grano de trigo. Ahora otra letra, escrita en oro, marca estas líneas:

    Soy el ángel que cuidó del trigal y fue observando la existencia de ese grano de trigo, cuya narración deseo terminar.

    Cuando el sacerdote formuló las palabras de la transubstanciación, aquel trigo dejó de existir, quedando sólo su apariencia. Ya no era pan, sino Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Yo protegí esos granos, para que un día pudieran ser partícipes de este sublime milagro.

    Sabed, queridos lectores, que en la vida humana también sucede algo similar. Podéis pasar por innumerables dificultades y luchas, pero tened confianza en el Dios que os ha creado y en la Madre de misericordia. Ellos tienen altísimos designios para vosotros. Estáis llamados a la santidad heroica; por tanto, no os desaniméis nunca, porque os está destinado un gran premio, si perseveráis hasta el final. ◊

    Hna. Aline Karolina de Souza Lima, EP

  • El milagro eucarístico de Lanciano

    El milagro eucarístico de Lanciano

    El Hno. Sebastián Cadavid, EP narra la historia de una esposa que – en el afán de recuperar su matrimonio – roba una hostia consagrada para un rito de brujería.

    Pese su mal acto, lo que pasó después fue algo increíble. ¡Descúbrelo asistiendo este video!

  • El origen de la fiesta del Corpus Christi

    El origen de la fiesta del Corpus Christi

    Entre ellos se encontraban dos varones conocidos no sólo por el brillo de la inteligencia y pureza de su doctrina, sino por la heroicidad, sobre todo, de sus virtudes: Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura.

    La razón de la convocatoria se relacionaba con una reciente bula pontificia en la que se instituía una fiesta anual en honor al Santísimo Cuerpo de Cristo. Para que esta conmemoración tuviese un gran esplendor, deseaba Urbano IV que se compusiera un Oficio, como también lo propio a la Misa a ser cantada en esa solemnidad. Así, solicitó a cada uno de aquellos doctos personajes que elaboraran una composición y se la presentasen en unos días, con el fin de escoger la mejor.

    Célebre se hizo el episodio ocurrido durante la sesión. El primero en exponer su obra fue fray Tomás. Serena y calmamente, desenrolló un pergamino y los circundantes oyeron la declamación pausada de la Secuencia compuesta por él:

    Lauda Sion Salvatorem, lauda ducem et pastorem in hymnis et canticis (Loa, Sión, al Salvador, alaba a tu guía y pastor con himnos y cánticos)… Admiración general.

    Fray Tomás concluía: …tuos ibi commensales, cohæredes et sodales, fac sanctorum civium (admítenos en el Cielo entre tus comensales y haznos coherederos en compañía de los que habitan la ciudad de los santos).

    Fray Buenaventura, digno hijo del Poverello de Asís, sin titubear rasgó su composición; y los demás lo imitaron, rindiéndole tributo de esta manera al genio y la piedad del Aquinate. La posteridad no llegó a conocer las demás obras, sublimes sin duda, pero inmortalizó el gesto de sus autores, verdadero monumento de humildad y modestia.

    Origen de la fiesta de “Corpus Christi»

    Varios motivos condujeron a que la Sede Apostólica diese este nuevo impulso al fervor eucarístico, haciendo extensiva a toda la Iglesia una devoción que ya se venía practicando en ciertas regiones de Bélgica, Alemania y Polonia.

    El primero de ellos se remonta a la época en que Urbano IV, entonces miembro del clero belga de Liège, examinó cuidadosamente el contenido de las revelaciones con las que el Señor se dignó favorecer a una joven religiosa del monasterio agustino de Mont-Cornillón, cercano a aquella ciudad.

    En 1208, cuando tenía sólo 16 años, Juliana fue objeto de una singular visión: un refulgente disco blanco, semejante a la luna llena, que tenía uno de sus lados oscurecido por una mancha.

    Tras algunos años de oración, le fue revelado el significado de aquella luminosa “luna incompleta”: simbolizaba la Liturgia de la Iglesia, a la cual le faltaba una solemnidad en alabanza al Santísimo Sacramento. Santa Juliana de Mont-Cornillón había sido elegida por Dios para comunicar al mundo ese deseo celestial.

    Pasaron más de veinte años hasta que la piadosa monja, dominando la repugnancia que procedía de su profunda humildad, se decidiera a cumplir su misión y relatara el mensaje que había recibido. A pedido suyo, fueron consultados varios teólogos, entre ellos el P. Jacques Pantaleón —futuro Obispo de Verdún y Patriarca de Jerusalén—, que se mostró entusiasmado con las revelaciones de Juliana.

    Algunas décadas más tarde, y ya habiendo fallecido la santa vidente, quiso la Divina Providencia que el ilustre prelado fuese elevado al Solio Pontificio en 1261, escogiendo el nombre de Urbano IV.

    Se encontraba este Papa en Orvieto, en el verano de 1264, cuando llegó la noticia de que, a poca distancia de allí, en la ciudad de Bolsena, durante una Misa en la iglesia de Santa Cristina, el celebrante —que sentía probaciones en relación a la presencia real de Cristo en la Eucaristía— había visto como la Hostia Sagrada se transformaba en sus propias manos en un pedazo de carne, que derramaba abundante sangre sobre los corporales.La crónica del milagro se difundió rápidamente en la región.

    El Papa, informado de todos los detalles, pidió que llevaran las reliquias a Orvieto, con la debida reverencia y solemnidad. Él mismo, acompañado por numerosos cardenales y obispos, salió al encuentro de la procesión que se había organizado para trasladarlas a la catedral.Poco después, el 11 de agosto del mismo año, Urbano IV emitía la bula Transiturus de hoc mundo, por la que se determinaba la solemne celebración de la fiesta de Corpus Christi en toda la Iglesia.

    Una afirmación contenida en el texto del documento dejaba entrever un tercer motivo que contribuiría a la promulgación de la mencionada festividad en el calendario litúrgico: “Aunque renovemos todos los días en la Misa la memoria de la institución de este Sacramento, aún estimamos conveniente que sea celebrada más solemnemente, por lo menos una vez al año, para confundir particularmente a los herejes; pues en el Jueves Santo la Iglesia se ocupa de la reconciliación de los penitentes, la consagración del santo crisma, el lavatorio de los pies y otras muchas funciones que le impiden dedicarse plenamente a la veneración de este misterio».

    Así, la solemnidad del Santísimo Cuerpo de Cristo nacía también para contrarrestar la perjudicial influencia de ciertas ideas heréticas que se propagaban entre el pueblo en detrimento de la verdadera Fe. En el siglo XI, Berengario de Tours se opuso abiertamente al Misterio del Altar al negar la transubstanciación y la presencia real de Jesucristo en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en las sagradas especies. Según él, la Eucaristía no era sino pan bendito, dotado sólo de un simbolismo especial.

     A principios del siglo XII, el heresiarca Tanquelmo esparcía sus errores por Flandes, principalmente en la ciudad de Amberes, afirmando que los sacramentos y la Santísima Eucaristía, sobre todo, no poseían ningún valor.Aunque todas esas falsas doctrinas ya estuvieran condenadas por la Iglesia, algo de sus ecos nefastos aún se sentían en la Europa cristiana. Así que Urbano IV no juzgó superfluo censurarlas públicamente, de manera que les quitase prestigio e inserción.

    La Eucaristía pasa a ser el centro de la vida cristiana

    A partir de este momento, la devoción eucarística florecía con gran vigor entre los fieles: los himnos y antífonas compuestos por Santo Tomás de Aquino para la ocasión — entre ellos el Lauda Sion, verdadero compendio de teología del Santísimo Sacramento, llamado por algunos el credo de la Eucaristía— pasaron a ocupar un lugar destacado dentro del tesoro litúrgico de la Iglesia.

    Con el transcurso de los siglos, bajo el soplo del Espíritu Santo, la piedad popular y la sabiduría del Magisterio infalible se aliaron en la constitución de costumbres, usos, privilegios y honras que hoy acompañan al Servicio del Altar, formando una rica tradición eucarística.

    Aún en el siglo XIII, surgieron las grandes procesiones que llevaban al Santísimo Sacramento por las calles, primeramente dentro de un copón cubierto y después expuesto en un ostensorio. También en este punto el fervor y el sentido artístico de las diferentes naciones se esmeraron en la elaboración de custodias que rivalizaban en belleza y esplendor, en la confección de ornamentos apropiados y en la colocación de inmensas alfombras de flores a lo largo del camino que recorrería el cortejo.

    Los Papas Martín V (1417-1431) y Eugenio IV (1431-1447) concedieron generosas indulgencias a quien participase en las procesiones. Más tarde, el Concilio de Trento —en su Decreto sobre la Eucaristía, de 1551— subrayaba el valor de estas demostraciones de Fe: “Declara además el santo Concilio que muy piadosa y religiosamente fue introducida en la Iglesia de Dios la costumbre, que todos los años, determinado día festivo, se celebre este excelso y venerable sacramento con singular veneración y solemnidad, y reverente y honoríficamente sea llevado en procesión por las calles y lugares públicos».1

    El amor eucarístico del pueblo fiel no se restringió solamente a manifestaciones externas; al contrario, eran la expresión de un sentimiento profundo puesto por el Espíritu Santo en las almas, en el sentido de valorar el precioso don de la presencia sacramental de Jesús entre los hombres, conforme sus propias palabras: “Y yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).

    El misterio del amor de un Dios que no sólo se hizo semejante a nosotros para rescatarnos de la muerte del pecado, sino que quiso permanecer, en un extremo de ternura, entre los suyos, escuchando sus pedidos y fortaleciéndoles en sus tribulaciones, pasó a ser el centro de la vida cristiana, el alimento de los fuertes, la pasión de los santos.

    San Pedro Julián Eymard, ardiente devoto y apóstol de la Eucaristía, expresaba en términos llenos de unción esta celestial “locura” del Salvador al permanecer como Sacramento de vida para nosotros:

    «Se comprende que el Hijo de Dios, llevado por su amor al hombre, se haya hecho hombre como él, pues era natural que el Creador estuviese interesado en la reparación de la obra que salió de sus manos. Que, por un exceso de amor, el Hombre Dios muriese en la Cruz, se comprende también. Pero lo que no se comprende, aquello que espanta a los débiles en la Fe y escandaliza a los incrédulos, es que Jesucristo glorioso y triunfante, después de haber terminado su misión en la tierra, quiera permanecer aún con nosotros, en un estado más humillante y aniquilado que en Belén o en el Calvario».

    ¡Arrodillémonos delante del Tabernáculo!

    ¿Cuáles deberían ser nuestra actitud y nuestros sentimientos al considerar el extremo de bondad que Dios hecho Hombre tiene hacia la criatura rescatada por su Sangre y no la abandonó, habiéndose encarnado, sino que se ha mantenido presente, asistiendo y amparando a todos los que a Él quisieran acercase?

    Arrodillémonos delante del Tabernáculo o delante, aún mejor, del Ostensorio, entreguemos a Jesús Sacramentado todo nuestro ser —nuestro cuerpo con todos sus miembros y órganos, nuestro alma, con sus potencias, sus cualidades e incluso con sus propias miserias— y ofrezcámosle a Dios Padre la divina Sangre de su Hijo, derramada en la Cruz en reparación de nuestras faltas.

    Hna. Clara Isabel Morazzani Arráiz, EP

  • La Eucaristía: «cárcel» de amor

    La Eucaristía: «cárcel» de amor

    Un niño le preguntó a su maestra: ¿quién encerró a Jesús en esa casita? 

    La respuesta es sorprendente: el amor. 

  • ¿Cómo comulgar bien?

    ¿Cómo comulgar bien?

    ¿Cómo comulgar bien? ¿Me tengo que preparar para la comunión?

    ¿Se puede comulgar mal? ¿Comulgar en pecado mortal?

    En esta charla de formación, el P. Gonzalo Raymundo EP, explica TODO  lo que debes saber para comulgar, así como todo lo que conlleva el hacer una buena comunión.