Autor: Anónimo

  • Revelaciones al mundo de la Misericordia de Dios

    Revelaciones al mundo de la Misericordia de Dios

    En este programa de la serie Conociendo la Iglesia Católica, el Hno. Ronny nos platica sobre la Resurrección. ¿Quiere saber más? No se pierda este capítulo.

  • La Resurrección del Señor

    La Resurrección del Señor

    En este programa de la serie Conociendo la Iglesia Católica, el Hno. Ronny nos platica sobre la Resurrección. ¿Quiere saber más? No se pierda este capítulo.

  • El Juicio Final y la trama de la Historia

    El Juicio Final y la trama de la Historia

    Con el fin de entender a Nuestro Señor Jesucristo en cuanto Rey, Profeta y Pontífice, conviene hacer una especie de unión entre la Historia y el Juicio Final. 

    Procuremos focalizar la escena del Juicio Universal, no de una forma puramente pictórica, figurada, sino dándole tanta realidad cuanto sea posible, saliéndonos de la mera imaginación artística.

    La Historia de la salvación

    En líneas generales, no debemos imaginar el Juicio como si en él fuesen juzgados apenas los individuos, pues los actos que practicamos están dentro de la trama de la Historia. Cualquier acción individual, por pequeña que sea, toca de algún modo en la Historia, repercutiendo en la salvación o en la perdición de muchos hombres.

    Así, cada acción tiene, además de su aspecto individual, un alcance mayor, de orden colectivo. Es decir, debe ser considerada como un elemento de una gran batalla.

    Nuestra propia lucha individual no es apenas una determinación de nuestro destino, sino también un elemento de la batalla entre Nuestro Señor Jesucristo y Satanás, para la conquista de las almas. Y en el plano de Dios esta conquista no es solamente individual, sino que se trata de llenar – con las almas conquistadas – los tronos dejados vacíos por los ángeles rebeldes. Tengo la impresión de que el juicio debe darse en el contexto de esa batalla.

    Es decir, el juicio individual constituye un elemento dentro de esa escena, pero no puedo imaginar que sea sólo eso.

    Dios, centro de la Historia

    Otro punto esencial a considerar: la Ley de Dios que debemos observar tiene fundamento en la realidad metafísica, y posee una belleza de carácter estético.

    En el día del Juicio Final, el pecado que una persona cometió, por ejemplo insultando gratuitamente a otra en la calle, no será visto apenas en cuanto consistiendo una injusticia practicada por la primera contra la segunda; el carácter preponderante es la Ley transgredida por ella, Dios en cuanto insultado, y el orden profundo de los hechos traumatizado por la actitud tomada.

    Todo será considerado en función del Absoluto, por lo tanto de Dios, de Nuestro Señor Jesucristo, Pontífice, Rey y Profeta. Podríamos analizar cómo el pecado alcanza a cada uno de esos atributos e [influye en] el conjunto de la batalla.

    De esta forma, el menor pecado, así como el menor acto de virtud practicados en esta Tierra, son vistos en ese contexto.

    Entonces necesitamos imaginar el Juicio Final, debido a nuestras limitaciones humanas, a la manera de una película simultánea de todas las acciones, desde el comienzo hasta el fin del mundo, practicadas y vistas en esa perspectiva.

    Nada hace tanto bien al sentido moral que tener eso delante de los ojos. Es comprensible que ese cuadro complejo no pueda ser presentado en una clase de catecismo. Sin embargo, se debería encaminar a los alumnos para que lo puedan entender, dejando unos temas pendientes para explicarlos posteriormente.

    Creo que, para dar esa morfología a los acontecimientos, se debe tener como centro la vida terrena de Nuestro Señor Jesucristo y, después, la Historia de la Iglesia.

    Creciendo en gracia y santidad

    Me acuerdo de una teoría – sería necesario ver qué fundamento tiene en la Teología, pero me parece que tiene alguno y, no pequeño – de que todos los hechos de esa lucha son, de algún modo, desdoblamientos de la batalla que Nuestro Señor tuvo en su vida terrena.

    Voy a hacer una hipótesis para que sea discutida, ventilada y, desde ahora estoy listo y con entusiasmo a ser rectificado en nombre de la Iglesia.

    Por la afirmación de que Nuestro Señor iba creciendo en gracia y santidad delante de Dios y de los hombres, se entiende que Él tenía inteligencia, voluntad y sensibilidad en su Humanidad Santísima. Condicionado a las diferentes edades por las cuales pasó – no se sabe cuál era el régimen de revelaciones de la Divinidad con la Humanidad –, en su Humanidad iba meditando poco a poco, pensando, teniendo en vista la situación del mundo, la Historia de la salvación y hasta la propia Escritura. Y la oración en el Huerto fue el ápice de ese pensamiento.

    Se percibe – eso es tan santo – que hay algo de verdadero en esa hipótesis, y me agrada sobremanera meditar de esa forma.

    A mí me deslumbra considerar su naturaleza humana creciendo y hasta recibiendo revelaciones de la propia Divinidad, en un régimen interno de relaciones insondable, que trasciende cualquier pensamiento. Porque Él sabía que era Hombre-Dios desde el primer instante de su Ser. Y por lo tanto, Rey, Profeta y Pontífice, conociendo esa triple vocación aun siendo niño. Es lindísimo pensar cómo todo esto se fue transformando gradualmente.

    Él, con treinta y tres años, vivió todas las edades. ¡Todo cuanto se podría deducir de ese crecimiento de su pensamiento es algo fabuloso! Tengo la impresión de que la línea general de la Historia es el crecimiento de la Iglesia, hasta llegar a los últimos tiempos, a su perfección final.

    Así como Nuestro Señor Jesucristo creció en gracia y santidad, hasta llegar el momento del consummatum est, la Iglesia también va creciendo.

    El acontecer humano no se cifra en la mera “vidita personal”

    Todas las acciones son, pues, en el fondo, juzgadas capitalmente según ese nexo.

    Es decir, el Juicio Final difiere en ese punto del Juicio personal, que toma al individuo particularmente. La finalidad de aquél es juzgar a los hombres en su conjunto, creo que para hacer sensible la trama colectiva del acontecer humano, y promulgar solemnemente las puniciones individuales que, puestas en su conjunto, son una réplica en dicho acontecer.

    Me da la impresión de que eso acentúa mucho la verdadera finalidad de la vida humana: el hombre nació para entrar en esa lucha y tener su papel en el marco de la misma. Si él procura apenas salvar su propia alma – abstrayendo o siendo indiferente a ese contexto –, su vida no corresponde a su fin; esto es propio del herejía blanca.

    San Pablo afirma que Dios nos ha puesto a modo de espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres. O sea, todo el acontecer humano no se cifra en mi vidita personal, pues el Cielo está viendo esa lucha continuamente. En mi forma de ver, no hay vida espiritual bien llevada sino se comprende eso.

    Hasta la excelente expresión “luchemos por la salvación de las almas”, es necesario verla con esa profundidad. Nuestro Señor actuó en su vida terrena y continúa actuando en el Cielo como Cabeza del Cuerpo Místico. Él es, fundamentalmente, el gran batallador hasta el fin del mundo.

    Reversibilidad entre la lucha de los ángeles y la de los hombres

    Por causa de las reversibilidades existentes en toda la creación, debemos imaginar que hay una analogía entre la lucha de los ángeles y ésta.

    Los ángeles nos ayudan, los demonios nos tientan, y la misma batalla continúa. A ese título, en el día del Juicio Final se cantará la gloria de los primeros y se execrará la torpeza de los segundos, por la parte que tuvieron en lo que pasó en la Tierra.

    Aquí hay una cosa para la cual nunca encontré una explicación, y que apenas enuncio colateralmente: la idea de una lucha de ángeles que no tiene nada que ver con la de la Tierra me hiere. Esas reversibilidades son, para mí, esenciales.

    Sé que los ángeles no pueden crecer más en méritos y los demonios en la culpa; pero ambos hacen cosas incontables, buenas y malas respectivamente, a lo largo de este tiempo. Y como a su modo toda buena acción recibe un premio, y toda mala acción un castigo, su intervención en esta lucha ya debe haber sido premiada o punida antes.

    Ellos participan en cierta medida de la gloria de los vencedores o de la vergüenza de los derrotados. A ese título, entonces, toda la Creación entra en el Juicio Final.

    Más aún, en el fin del mundo creo que será lanzada al infierno toda la suciedad de la Tierra, que quedará resplandeciente, llena de orden.

    Fulgor simultáneo o sucesivo del Juicio Final

    Para comprender el sentimiento que los buenos tendrán en su conjunto en el Juicio Final, consideremos cualquier episodio en el cual se haga justicia. Por ejemplo, el padre o la madre que le da algún regalo al hijo bueno y castiga al otro malo.

    Otro niño, que no tiene nada que ver con el hecho, asiste a la escena y se toma de una profunda solidaridad con ese acto de justicia: tiene una alegría que no es la del niño que recibió el juguete, sino una alegría en estado de néctar.

    Imaginemos las dos alegrías juntas: la del individuo que se siente puesto en el orden universal, con la punición del mal y, por encima de esa, la alegría por causa de Dios, que castigó. Esta última es la mejor, el néctar.

    Si el Juicio es simultáneo, en un sólo instante habrá un inmenso hosanna de todos los buenos; si es sucesivo, será un mar de deleites para los justos, viendo que en todas las cosas fueron puestos los puntos sobre las íes. Eso nos da una idea de la alegría que los buenos tendrán.

    Se comprende que pueda haber en el campo ascético algún riesgo al entregarse a esas consideraciones, porque el elemento inferior fácilmente puede prevalecer sobre el superior. Pero, desde que se haga eso ordenadamente, no existe ese peligro.

    El elemento inferior es legítimo y también hace parte, porque de lo contrario somos introducidos un poco en el orden de los fantasmas, de lo irreal. Necesitamos comprender que entra la realidad global, para sentirnos atraídos por entero.

    Así podríamos entender el fulgor simultáneo o sucesivo del Juicio Final.

    Revista Dr. Plinio No. 149, agosto de 2010,  Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de conferencias del 8.12.1982)

  • El sacerdocio, una honra sublime

    El sacerdocio, una honra sublime

    (Artículo transcrito de O legionário del 13.11.1938; se preservaron las fechas y el contexto del texto original)

    En la multiplicidad admirable y promisoria de las obras de apostolado que florecen en la Arquidiócesis de São Paulo, es muy posible que se oblitere la noción indispensable de que la obra fundamental, el eje necesario, el único centro de gravedad de todo el trabajo que actualmente se realiza, es la Obra de las Vocaciones.

    Florón del patrimonio moral de cualquier linaje

    Lo que sobre todo quiero probar es que todas las clases sociales tienen la obligación de concurrir con un contingente apreciable para el reclutamiento de las filas sacerdotales, y que el sacerdocio, en lugar de ser un encargo oneroso del cual huyen las familias, debe ser considerado una honra sublime, un florón del patrimonio moral de la familia, sin el cual no estarán completas las glorias de cualquier linaje, por más antiguo e ilustre que sea.

    Esta observación tiene su importancia. El Rvmo. P. Garrigou-Lagrange le dio un fuerte relieve en la conferencia que pronunció en nuestra Curia Metropolitana a propósito de las vocaciones al sacerdocio. Realmente no es justo que se esquiven las familias más abastadas y más ilustres, de dar sus hijos a la Santa Iglesia, entregándolos a la vida religiosa o sacerdotal. No se comprende que entre nosotros este estado de cosas perdure por más tiempo. Él genera inconvenientes graves para la propia tarea apostólica y constituye un síntoma irrefutable de una crisis moral seria.

    Los inconvenientes derivados del hecho de que casi no se recluten sacerdotes en ciertas camadas sociales son evidentes. La Santa Sede, hoy más que nunca, insiste en que el apostolado sea preferiblemente desarrollado por personas del propio medio social. Con relación a la Acción Católica esta es una norma esencial. Evidentemente, ella pierde mucho de su vigor cuando ya no se trata más del apostolado de laicos, sino de las actividades de la propia Jerarquía Eclesiástica. A pesar de esto, aún en este terreno ella conserva una oportunidad que los espíritus previdentes no podrán contestar.

    La clase alta, el ambiente más refractario al sacerdocio

    No conviene que lleguemos a generalizaciones falsas y temerarias. Sería erróneo sustentar que no se encuentran sacerdotes en Brasil en las familias más ilustres. Sin embargo, es incontestable que ese es el ambiente más refractario al reclutamiento sacerdotal. Evidentemente, la Iglesia no necesita sacerdotes de esta o de aquella clase para realizar su tarea. Tanto puede un sacerdote de familia obrera hacer su apostolado en las clases sociales más altas, cuanto puede otro sacerdote hijo de una familia ilustre dedicarse al apostolado entre proletarios. Sin embargo, es cierto que el apostolado hecho por una persona del propio medio tiene ventajas que nadie puede ignorar, y que deben ser tomadas en su debida consideración.

    En cuanto a la crisis moral que esa abstención revela, es muy seria.

    En último análisis, esto significa que el espíritu de abnegación, de entrega, de renuncia, escasea en nuestras clases dirigentes. Efectivamente, si hay un retraimiento en relación con el sacerdocio, esto se debe no raras veces al hecho de que la vida de un sacerdote parece – y esta impresión es verdadera – muy poco ventajosa bajo el punto de vista de honras y de lucros. De tal suerte que las familias desvían intencional y hasta pertinazmente a sus hijos de la vocación que Dios les da.

    Si este es el espíritu de las clases dirigentes en un país, ¿qué abismos, qué nubes se pueden antever en su camino?

    Una obra providencial

    El hecho no se demuestra apenas en cuanto a la vocación sacerdotal. También otras carreras, que ofrecen inconvenientes, son cuidadosamente apartadas por muchas familias.

    Un ejemplo de esto está en las carreras del Ejército y de la Marina, de las cuales, por egoísmo y mediante violencia, son apartadas muchas vocaciones auténticas.

    ¿Por qué? Porque evidentemente es más lucrativo ser banquero que ser sacerdote o militar. Y por eso todos quieren ser diplomados y banqueros. Y pocos se empeñan en vestir la sotana o el uniforme militar.

    Cabe a la Obra de las Vocaciones remover este y otros obstáculos. Y ella lo ha hecho magníficamente. (…) Por eso, las autoridades eclesiásticas le dieron su más entero apoyo. Y el Legionário, que es por naturaleza un servidor de todas las causas santas, no podría dejar de llamar sobre esta la atención de sus lectores.

    (Revista Dr. Plinio, No. 104, noviembre de 2006, p. 10-13, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Transcrito de O Legionário del 13.11.1938. Título y subtítulos de la redacción de la Revista)

  • Santa Francisca Romana: discernimiento y firmeza frente a los demonios

    Santa Francisca Romana: discernimiento y firmeza frente a los demonios

    Como sabemos, Santa Francisca Romana se caracterizó por haber tenido visiones extraordinarias con respecto a los demonios, y dejó revelaciones importantísimas. Tal vez ninguna santa o mística haya sobresalido tanto en la Historia de la Iglesia en lo que dice respecto a manifestaciones de los ángeles malos, como Santa Francisca Romana. Esas revelaciones se refieren a la presencia en la tierra de los demonios que todavía no fueron al infierno y serán mandados allá en el fin del mundo. Aunque no tientan directamente al hombre hacia el pecado, predisponen el alma a aceptar la tentación de los demonios que están en el infierno. Creo que en el proceso de canonización de ella deben figurar muchas cosas de esas.

    Los espíritus malignos y sus relaciones con los vicios

    Así narra una ficha extraída de la obra del Padre Rohrbacher:

    9 de marzo, Santa Francisca Romana. Visión sobre los demonios.

    La tercera parte de los ángeles cayó en el pecado, las otras dos partes perseveraron en la gracia. En la parte decaída, un tercio está en el infierno para atormentar a los condenados; son los que siguieron a Lucifer con entera libertad por su propia malicia. No salen del abismo a no ser con permiso de Dios y cuando se trata de producir una gran calamidad para castigar los pecados de los hombres, y son los peores entre los demonios.

    Los otros dos tercios de los ángeles caídos están esparcidos en los aires y sobre la tierra: son los que no tomaron partido entre Dios y Lucifer, sino que guardaron silencio. Los que están en los aires provocan frecuentemente heladas, tempestades, ruidos y vientos, con los cuales debilitan a las almas apegadas a la materia, las conducen a la inconstancia y al temor, las inducen a desfallecer en la fe y a dudar de la Providencia divina.

    Con respecto a los demonios que circulan entre nosotros a fin de tentarnos, son decaídos del último coro de los ángeles, y los ángeles fieles que nos son dados como guardianes son todos del mismo coro. El príncipe y jefe de todos los demonios es Lucifer, ligado al fondo del abismo, encargado por la Justicia divina de castigar a los demonios y a los condenados. Al caer del más elevado de los coros angélicos, los serafines, se convirtió en el peor de los demonios y condenados. Su vicio característico es el orgullo. Debajo de él están otros tres príncipes: el primero, Asmodeo, tiene como característica el vicio de la carne y fue el jefe de los querubines. El segundo es llamado Mammón, lo caracteriza el vicio de la avaricia y fue del coro de los tronos. El tercero, llamado Belcebú, fue de los coros de las dominaciones, se caracteriza por la idolatría, el sortilegio y los encantamientos; es el jefe de todo lo que existe de tenebroso y tiene la misión de difundir las tinieblas sobre las creaturas racionales (ROHRBACHER, René François. Histoire universelle de l´Église Catholique. Vol. XXI. París: Gaume Frères et J. Duprey – Libraires-éditeurs, 1858, p. 459-460).

    Resumiendo, ella muestra que Lucifer era un Serafín que sobrevolaba en lo más alto de los cielos, y su pecado fue de una gran responsabilidad, porque los serafines constituyen el coro más elevado de los ángeles. Por haber sido el mayor de los rebeldes, fue precipitado a lo más profundo de los infiernos. Hubo ángeles que resolvieron acompañarlo por su propia iniciativa y están en el infierno con él; Lucifer los atormenta continuamente porque es más poderoso que los otros y está encargado por la Justicia divina de castigar eternamente a los espíritus que él mismo indujo, pero que fueron juntos a la perdición por su propia maldad.

    Bajo la dirección de Lucifer hay tres ángeles principales. El primero es Asmodeo, el demonio de la lujuria y que tienta a los hombres especialmente a la impureza. El otro ángel es Mammón, que pertenecía al coro de los tronos, es decir, a la categoría de los ángeles que acompañan la Historia y sus armonías, se maravillan viendo a Dios componer la trama histórica por sus decretos y encaminar la Historia de los ángeles y del mundo; Mammón es el demonio de la avaricia. Y Belcebú, el demonio de la idolatría, de los sortilegios y de los encantamientos, es decir, de los embrujos.

    Lucifer tiene como característica el orgullo. Asmodeo, el vicio de la carne; era el jefe de los Querubines. Mammón, la avaricia. Y Belcebú es el jefe de las idolatrías y de las obras tenebrosas en general.

    Las diferentes categorías de demonios

    Vemos que los dos ángeles rebeldes principales son, en primer lugar, Lucifer, y después Asmodeo, los demonios del orgullo y de la sensualidad. Eso está de acuerdo con nuestra concepción de que el orgullo y la sensualidad son los elementos que le dan el rumbo a la Revolución. Los ángeles malos están en el infierno y sólo raramente Dios permite que alguno de ellos salga para producir catástrofes. Pero me da la impresión de que en la época actual la llave del pozo del abismo se cayó y el infierno se abrió, y esos ángeles pésimos están todos  esparcidos por ahí, y de que la presencia de Lucifer es más asidua, más continua, más fuerte que en cualquier otra época de la Historia, incluso que en la crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo.

    También existen otros ángeles, que quisieron representar el papel de “tercera fuerza” entre Dios y Lucifer. Es decir, no se solidarizaron con Dios, ni tampoco se solidarizaron directamente con Lucifer; se quedaron en una posición como que neutra, naturalmente con simpatía por Satanás.

    Como resultado, ellos también se condenaron. La Justicia divina hizo su condenación de cierto modo un poco menos terrible, porque en vez de estar sufriendo el fuego del infierno se quedaron en la tierra, en los aires, padeciendo penas terribles. Pero cuando llegue el Juicio Final serán precipitados al infierno y van a sufrir allá por toda la eternidad. De tal manera que están por fuera del infierno por un corto lapso de tiempo, porque el período que va desde el pecado de ellos hasta el día del Juicio Final es muy pequeño, menos que un minuto, en comparación con la eternidad, en la cual serán atormentados en el infierno.

    Esos ángeles malos se dividen en dos categorías: los que se encuentran esparcidos por los aires y producen las intemperies, las cosas que asustan a las personas, y otros que permanecen en la tierra y son del mismo coro de nuestros ángeles de la guarda.

    La batalla entre los espíritus angélicos

    Por lo tanto, hay una batalla entre los ángeles de la guarda y los ángeles perdidos, en la cual naturalmente el predominio es de los ángeles de la guarda sobre las almas que se entregan a ellos.

    Hubo una santa que tuvo la visión de su ángel de la guarda, que pertenece a la menos alta de las jerarquías angélicas. Ella se arrodilló, pensando que fuese Dios. Tal es el esplendor del ángel de la guarda. ¡Podemos hacernos una idea de cuál es la sublimidad de un arcángel, por ejemplo!

    Aquí tenemos una lección muy importante: comprender cómo el hombre es pequeño dentro de la naturaleza material, con relación a la cual él podría ser comparado a una hormiga. Y por encima de esa naturaleza existen aún espíritus angélicos con una fuerza y un poder incomparablemente superior al de los seres humanos.

    Frente a esa batalla de los ángeles que se continúa realizando por toda parte; ángeles buenos que descienden del cielo y ángeles malos que se mezclan en medio de los hombres, ¿cuál es el gran medio de defensa que tenemos contra los demonios?

    Aquí se aplican las palabras de Nuestro Señor: “Es necesario vigilar y orar para no caer en tentación.”2 La vigilancia consiste en creer en los poderes angélicos y en la acción de los demonios.

    Por ejemplo, supongo que normalmente, durante las exposiciones que hago, los asistentes reciben muchas gracias recibidas por medio de sus ángeles. También creo que uno u otro de los aquí presentes es sistemáticamente tentado por el demonio. Es decir, mientras estamos hablando, hay una batalla entre ángeles y demonios.

    Hace parte del dinamismo de las cosas que haya personas que se dan a Nuestro Señor más y otras menos. Y debemos tener siempre en vista el principio aceptado por la mayoría de los teólogos, según el cual todas las veces que un hombre tiene una tentación por una causa natural, el demonio se junta a esta última para agravar la tentación.

    Si por ejemplo, uno de los presentes está irritado con un compañero que se encuentra a su lado y se queda perturbado con eso, esa pequeña tentación de irritación crecerá por una provocación del demonio para agravarla. Es decir, el demonio siempre está actuando y los ángeles de la guarda siempre están protegiéndonos. Debemos discernir la acción del demonio y pedir la del ángel de la guarda. Necesitamos rezar y vigilar. Eso de deduce de las revelaciones de Santa Francisca Romana.

    Una hija de la Iglesia consciente de su misión y del poder divino

    Ella poseía un discernimiento fantástico con respecto a los espíritus malignos y veía demonios frecuentemente. Al tomar conocimiento de su historia me da la impresión de haberla conocido personalmente, porque no la considero como una anciana cualquiera que tenía visiones, sino como una hija de la Iglesia dotada de determinadas características que, conociendo el espíritu de la Esposa de Cristo, le sé atribuir a ella a través de los matices de su biografía. La considero como una matrona romana firme, digna, y que no veía al demonio propiamente de un modo amenazador, sino con firmeza, de frente, consciente de su misión y del poder de Dios, enfrentando, describiendo e intimidando. Ella consideraba lo que esas visiones tenían – por así decir – de divino y amaba al Creador a través de ellas.

    Por esa razón, Santa Francisca Romana me llena de admiración. Y tengo la certeza de que, estudiando el proceso de su canonización, encontraremos la confirmación de lo que afirmé.

    (Extraído de conferencias del Dr. Plinio Corrêa de Oliveira del 8.1.65, 8.3.69 y 9.3.80)

  • Santa Francisca Romana

    Santa Francisca Romana

    Desde muy joven sintió el llamado al estado religioso, habiendo llevado una eximia vida
    de piedad y recitando el oficio de Nuestra Señora. Era de un pudor ejemplar, y la virtud de la
    obediencia también tenía un brillo especial en ella, al punto de, a los 12 años, obedeciendo a
    su confesor y a los deseos de su padre, contraer matrimonio con el noble Lorenzo deʼ Leoni.
    Habiéndose enfermado gravemente poco después del matrimonio y no consiguiendo
    curarse, se opuso a hacer cualquier tipo de sortilegio, afirmando que prefería la muerte a
    ofender a Dios. Curada milagrosamente, intensificó aún más la vida de piedad.

    Con el fallecimiento de su suegra, la gestión del hogar quedó bajo su cuidado. Pero los numerosos quehaceres no disminuyeron en nada sus oraciones. Se confesaba dos veces por semana y comulgaba frecuentemente. Gracias a ese fervor en las prácticas de piedad, aseguraba la perfecta armonía en el hogar. Francisca fue un ejemplo de caridad, pues no ahorraba medios para socorrer a los más necesitados. Por eso su marido le advertía que tanta generosidad los llevaría a la miseria. Y de hecho, en cierta ocasión, cuando ya había donado todo el trigo de su despensa, juntó cuidadosamente lo poco que le había sobrado por el piso, para atender a un limosnero.

    Sabiendo lo que había sucedido, su suegro y su marido fueron a la despensa de la casa para ver qué pasaba. ¡Cuál no fue su sorpresa al depararse con 40 medidas del mejor trigo! Algo semejante pasó con el vino, usado por los pobres como remedio, que también llegó a faltar. Al verificar los toneles, ¡los encontraron llenos de un vino superior al que se había agotado!

    De los tres hijos que tuvo, dos fallecieron víctimas de la peste. Cerca de un año después de la muerte del primer hijo, éste se le apareció en estado glorioso y le presentó a un ángel que la acompañaría desde entonces por el resto de la vida. Tenía éxtasis frecuentemente, y recibió varias revelaciones sobre el purgatorio, el infierno y los ángeles. A veces era atormentada por demonios, inclusive con agresiones físicas.

    A pesar de su intensa vida mística, no descuidaba sus deberes de esposa y madre. Dedicaba un cuidado particular a los enfermos, y por más de treinta años sirvió en hospitales. Agraciada por Dios con el don de la cura, fabricaba un remedio compuesto de diversos aceites y jugos, al cual le atribuía el bien alcanzado, evitando así la fama de taumaturga. 

    Alimentaba un entusiasmo especial por meditar en la Pasión de Nuestro Señor y sufría místicamente sus dolores. Tal vez por eso era muy rígida consigo misma, penitenciándose con frecuencia. Pero, al mismo tiempo, demostraba mucha suavidad e indulgencia para con las otras personas.

    En 1425 se consagró a Nuestra Señora, bajo cuya maternal protección fundó, junto con un grupo de señoras piadosas, la asociación de las Oblatas de la Santísima Virgen, las cuales se reunían en la Iglesia de Santa María, la Nueva. Con la aprobación concedida por el Papa Eugenio IV en 1433, esas señoras pasaron a vivir en una casa en Tor deʼ Specchi. Pero Francisca sólo pudo acompañarlas en 1436, cuando, después del fallecimiento de su esposo, fue elegida superiora del convento por ella fundado. 

    Falleció el 9 de marzo de 1440, y su cuerpo se venera en la Iglesia de Santa María, la Nueva.

    (Revista Dr. Plinio, No. 180, marzo de 2013, p. 30-33, Editora Retornarei Ltda., São Paulo).