Autor: Anónimo

  • El Rosario, ¡camino hacia la victoria!

    El Rosario, ¡camino hacia la victoria!

    Para comprender bien el valor de la devoción al Santo Rosario, analicémoslo con mayor
    profundidad.
    Después de haber sido entregado directamente por Nuestra Señora a Santo Domingo de
    Guzmán, la devoción del Rosario se extendió rápidamente por toda la Iglesia, traspasando los
    límites de la Orden Dominicana y convirtiéndose en el distintivo de muchas otras órdenes, que
    pasaron a portarlo pendiente a la cintura.
    Tiempo hubo en que todo católico lo llevaba habitualmente consigo, no apenas como un
    objeto de contar Avemarías, sino como un instrumento que atraía las bendiciones de Dios. El
    Rosario era considerado como una cadena que une el fiel a Nuestra Señora, un arma que
    ahuyenta al demonio.

    Espléndida conjunción de la oración vocal con la mental
    ¿Qué es el Rosario?
    En síntesis, el Rosario es una composición de meditaciones de la vida de Nuestro Señor y
    de su Madre, sumada a oraciones vocales. Tal conjunción – de la oración vocal con la mental –
    es verdaderamente espléndida, pues, mientras se profiere con los labios una súplica, el espíritu se
    concentra en un punto. Así, el hombre hace en el orden sobrenatural todo cuanto puede. Porque a
    través de sus intenciones se une a lo que sus labios pronuncian, y por su mente se entrega a lo
    que su espíritu medita.
    Por esta forma de oración, el hombre se une íntimamente a Dios, sobre todo porque esta
    unión se da a través de María, Medianera de todas las gracias.
    Alguien podría preguntar: “¿qué sentido tiene rezar vocalmente a Nuestra Señora
    mientras se medita en otra cosa? ¿No podía ser algo más simple? ¿No sería más fácil meditar
    antes, y después rezar diez Avemarías?”.
    La respuesta es muy simple. Cada misterio contiene, en sus pormenores, elevaciones sin
    fin, las cuales nuestro espíritu está procurando sondear… Ahora bien, para hacerlo con toda
    perfección, necesitamos ser auxiliados por la gracia de Dios, y tal gracia nos es dada por el
    auxilio de Nuestra Señora. O sea, se pronuncia el Avemaría para pedir que la Santísima Virgen
    nos obtenga las gracias para meditar bien.

    Obra prima de la espiritualidad católica

    En el Rosario encontramos pequeños, mas preciosos tesoros teológicos que lo convierten
    en una obra prima de la espiritualidad y de la Doctrina Católica. Esta devoción contiene enorme
    fuerza y sustancia; no es hecha apenas de emociones; por el contrario, es seria, llena de
    pensamiento, con razones firmes. Constituye la vida espiritual del varón católico como un sólido
    y espléndido edificio de conclusiones y certezas.
    Además, la meditación de cada misterio de la vida de Nuestro Señor proporciona al fiel
    recibir gracias propias al hecho que está contemplando.
    Al analizar las incontables gracias que María Santísima distribuye por medio del rezo del
    Santo Rosario, vemos en él algo que lo hace superior a otros actos de piedad mariana. Ahora
    bien, ¿cuál es la razón de esto?
    Ante todo, vale la pena resaltar que Nuestra Señora, siendo Reina excelsa, ¡tiene el
    derecho de establecer sus preferencias! Y Ella quiso elevar esta devoción por encima de las otras,
    distribuyendo gracias especialísimas a través del rezo del Santo Rosario.

    La Batalla de Lepanto
    Entre diversas gracias insignes alcanzadas por el rezo del Rosario, está la victoria
    obtenida por la Cristiandad en la Batalla de Lepanto.
    San Pio V, entonces Pontífice, se encontraba afligido ante la amenaza otomana que
    cercaba la Europa cristiana. Ordenó, entonces, que toda la Cristiandad rezase el Rosario, a fin de
    suplicar la intervención de Nuestra Señora.
    Antes de la terrible batalla ocurrida en el Golfo de Lepanto el siete de octubre de 1571
    entre las huestes cristianas y musulmanas, los soldados católicos rezaban el Rosario con gran
    devoción.
    Según atestiguaron los propios adversarios, la Santísima Virgen se les apareció durante la
    batalla, infundiéndoles un gran pavor.
    Para conmemorar la gran victoria obtenida ese día, el Santo Padre instituyó la fiesta de
    Nuestra Señora del Rosario, la cual, en el siglo XVIII fue extendida a toda la Iglesia Católica por
    determinación del Papa Clemente XI.
    Dado que por medio del Santo Rosario la Cristiandad ha obtenido tan grandes victorias,
    ¿no tenemos razón suficiente para esperar, por medio del rezo de esta oración, la victoria en
    todas las luchas trabadas a lo largo de nuestra existencia?

    Resolución de rezar siempre el Rosario
    Un hecho ocurrido en la vida de San Alfonso María de Ligorio nos muestra que, sobre
    todo en una gran lucha, el Rosario es prenda de victoria. El santo estaba siendo conducido en
    silla de ruedas por un hermano de hábito a través de los corredores del convento, cuando
    preguntó si ya habían rezado todo el Rosario. El compañero le respondió:
    – No me acuerdo.

    – Entonces recemos, dijo el santo.
    – ¡Pero Ud. está cansado! ¿Qué hay de malo en dejar de rezar el Rosario sólo un día?
    – Temo por mi salvación eterna, si lo dejase de rezar un solo día.
    Eso es justamente lo que debemos pensar y sentir: el Rosario es la gran garantía de
    nuestra perseverancia final.
    Debemos pedir a la Santísima Virgen la gracia de rezar el Rosario todos los días de
    nuestra vida.
    Me gustaría todavía dar una recomendación a los miembros de nuestro Movimiento:
    nunca dejen el Rosario, de modo que, aun mientras duermen, traten de tener el Rosario a la
    mano, de tal forma que lo sientan consigo. Y si tienen el recelo de que se les caiga – debemos
    tratarlo con toda reverencia –, cuélguenselo en el cuello o colóquenlo en el bolsillo.

    “Quisiera resucitar con el Rosario en mis manos”

    Cuando nuestras manos no puedan más abrirse ni cerrarse, y sean movidas por otros que nos asistan, tengamos, como última actitud de oración, el Rosario entrelazado en nuestros dedos,
    de manera que, cuando llegue la Resurrección de los muertos y dentro del féretro nuestro cuerpo retome la vida, entre sus dedos vivificados esté el Santo Rosario. Yo quisiera que, en el momento en que todos los justos sean convocados para la Resurrección, mi primer ósculo sea al Rosario que encuentre en mis manos.

    He aquí un consejo para después de la Resurrección – nunca oí decir que se diese consejos o se hiciese algún trato para esa hora, pero les propongo un trato: cuando todos resucitemos entre los resplandores de la Resurrección, acordémonos: “¡El trato estaba hecho!”, ¡y entonces besemos el Rosario! ¡Así este Movimiento, que es de Nuestra Señora, resucitará teniendo en las manos su Santo Rosario.

     

    (Revista Dr. Plinio No. 146, mayo de 2010, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de conferencias de 7.10.1964 y 10.3.1984)

  • 10 Cosas que un Buen Católico debe tener en casa

    10 Cosas que un Buen Católico debe tener en casa

    Vivimos una era de consumismo, es indiscutible. Tenemos gadgets para todo y en todo: cocina, armario, trabajo, coche, maletas, colegio. Sin embargo ¿has pensado qué cosas son indispensables para todo católico? ¿Los 10 «gadgets» que deberíamos de tener?
    En el episodio de hoy, el Hno. Gerardo Reyes, EP nos da la respuesta

  • El Ángel de la Guarda, un príncipe celestial al servicio de cada uno de los hijos de Dios

    El Ángel de la Guarda, un príncipe celestial al servicio de cada uno de los hijos de Dios

    De acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia, los ángeles se dividen en nueve categorías
    superpuestas: Serafines, Querubines, Tronos, Dominaciones, Virtudes, Potestades, Principados,
    Arcángeles y Ángeles.
    Aunque todos esos espíritus celestiales contemplan a Dios directamente, no lo hacen con
    igual amplitud de conocimiento. O sea, los que se encuentran en un nivel superior tienen una
    visión más plena e inmediata de Él, discerniendo una serie de perfecciones divinas que los
    menores no alcanzan a distinguir. Sin embargo, esta diferencia de intelección es compensada por
    la infinita bondad del Creador, el cual dispuso que los primeros revelen a los segundos todo lo
    que consiguen aprender sobre Él. Y así, esas nociones con respecto a Dios van siendo
    transmitidas de un ángel a otro, y de una jerarquía angélica a otra, desde la más elevada, donde
    se encuentran los Serafines, hasta la menos excelsa, que es la de los ángeles.
    Se admite que a esos espíritus puros Dios les confió el gobierno de los astros, de tal
    forma que cada estrella y cada planeta del Universo posee un ángel que lo rige, según los sabios
    deseos del Altísimo. De ahí la perfección del orden sideral.
    Ahora bien, así como cada estrella del firmamento tiene un ángel designado para
    dirigirla, así también cada hombre cuenta con la tutela y la protección de una criatura angélica:
    su Ángel de la Guarda. ¡Tan esplendoroso, tan magnífico, que, a veces, cuando él aparece a su
    protegido, este piensa que está delante del propio Dios! Al mismo tiempo – creo yo – tan
    parecido espiritualmente con su pupilo que, si cada uno de nosotros conociese a su Ángel de la
    Guarda, quedaría pasmado al constatar cuánto él es conforme a sus buenos sentimientos y a sus
    voliciones ordenadas, y se sentiría como un pariente próximo de ese grandioso Príncipe
    Celestial…

    Nuestros Ángeles de la Guarda no nos pierden de vista un solo instante, ni de día, ni de
    noche, pues aún cuando dormimos velan por nosotros. A todo momento ellos hablan a nuestras
    almas, susurran con cariño y bondad consejos que nos llevan por las sendas del bien; y cuando se
    ven obligados a hablarnos con vigor, lo hacen a la manera de un buen padre que a veces reprende
    a su hijo, justamente porque lo ama.
    Nuestros guardianes celestiales se encuentran, por lo tanto, continuamente debruzados
    sobre nosotros.
    Cuando nos sintamos solos, cuando estemos, por ejemplo, transitando por las calles de las ciudades contemporáneas, tan cercadas de inmoralidades, tan sucias, tan impregnadas de
    polución y de inmundicias de toda especie, roguemos la protección de nuestros Ángeles de la
    Guarda. Antes de salir de casa, digamos: “Mi Santo Ángel, acompañadme, venid conmigo,
    protegedme, habladme al alma y ayudadme a evitar las malas miradas, a las personas que quieran
    causarme daño, los accidentes que me puedan masacrar; ¡traedme, en fin, todo bien!”
    Y cuando estemos en cualquier apuro, acordémonos de esa verdad reconfortante: un
    Ángel de la Guarda nunca abandona a su protegido. Por lo tanto, mientras caminamos y oímos
    resonar nuestros pasos sobre el cemento de la acera, pensemos: “Mi Ángel de la Guarda me está
    viendo”. Si sufriéremos una tentación, digamos incontinenti: “¡Mi Santo Ángel, protegedme,
    apartad de mí ese demonio que me tienta!”
    Es interesante notar que, mientras vigilan así a los hombres sobre la Tierra, los Ángeles
    de la Guarda continúan contemplando a Dios cara a cara. Y ahí, en la presencia del Altísimo,
    permutan impresiones con respecto a lo que sucede en el mundo, a la lucha entre buenos y
    malos, al desarrollo del plan de Dios para la humanidad, etc. Aunque no tengan una noticia
    exacta de los designios divinos sobre la creación terrena, los ángeles, sin embargo, como están
    dotados de una inteligencia superior, levantan entre sí hipótesis y conjeturas acerca de tales
    designios. Y esa interlocución angélica sube al Trono del Creador como un extraordinario e
    indescriptible cántico de alabanza y de glorificación.
    Sepamos, entonces, que cada uno de nosotros se beneficia de la tutela de uno de esos
    seres maravillosos. Sepamos, también, agradecer a nuestro Ángel de la Guarda la protección
    incansable que nos dispensa, y decir, todos los días, esta bella jaculatoria formulada por la
    Iglesia: “Ángel de Dios, que eres mi custodio, ya que la soberana piedad me ha encomendado a
    ti, ilumíname, guárdame, rígeme y gobiérname. Amén”.

    (Revista Dr. Plinio, No. 5, agosto de 1998, pp. 21-22, Editora Retornarei Ltda., São Paulo).

  • La Eucaristía, eje de la piedad católica

    La Eucaristía, eje de la piedad católica

    Vosotros hablasteis sobre la triple devoción al Santísimo Sacramento, a Nuestra Señora y al Papa. Monseñor Segur, prelado francés del siglo XIX, llamaba esas tres devociones de “rosas de los bienaventurados”. Podemos decir que son las tres rosas de los contrarrevolucionarios. Vosotros pedisteis que destacase, en la exposición de hoy, la parte referente a la Sagrada Eucaristía. Este es uno de los temas respecto a los cuales más me gusta tratar.

    Aunque todos comprendan una misma verdad objetiva, cada uno pone la tónica de la
    atención en un punto determinado.

    Dado que me pidieron que tratase de la devoción al Santísimo Sacramento en cuanto
    vivida por mí, me gustaría comenzar por resaltar lo siguiente:
    Todo acto de piedad tiene su justificación teológica; si no funda su raíz en la Doctrina
    Católica, no vale de nada. Pero no basta que tenga fundamento en la Doctrina Católica, porque
    nuestras almas no son como las páginas en blanco de un libro, en las cuales se puede escribir
    libremente. Son almas vivas, que reciben las cosas y viven en relación con estas. Todas las
    personas comprenden una misma verdad objetiva, pero cada una pone la tónica de la atención en
    un punto determinado, de un modo diferente de las demás personas.
    Y uno de los encantos del relacionamiento humano consiste en eso: comunicar lo que,
    empero, no se puede decir. Viendo al otro a nuestro lado, percibimos que él notó algo que a
    nosotros no nos llamó tanto la atención; hubo una repercusión en su alma, diferente de la nuestra;
    no lo sabemos expresar, pero sentimos algo.
    Una de las cosas que hacen más agradable la compañía de una persona sucede cuando,
    por ejemplo, al visitar un museo, al apreciar una escena humana, al considerar un panorama, esa
    persona deja entrever lo que piensa, pero no lo dice.
    Aunque se hable poco sobre ese asunto, esto se aplica a las verdades de la fe.

     

    La acción de Nuestra Señora se adapta a cada alma

    Cuando conocemos una verdad de fe, sentimos en nuestra alma una repercusión que,
    aunque no la consigamos expresar, es lo mejor de aquello que degustamos.

    Analicemos, por ejemplo, el modo en que nuestras almas reaccionan delante de la imagen
    de Nuestra Señora que se encuentra en este auditorio. Es imposible mirarla sin sonreír; es
    imposible mirarla sin que una forma de optimismo de la fe sople en nuestra alma.
    La acción de Nuestra Señora sobre cada alma se adapta de acuerdo a su carácter único, de
    un modo irrepetible. Y en la historia de todas las gracias concedidas por María Santísima – en el
    Cielo se verá eso –, hay incontables reacciones posibles en vista de esa pequeña imagen, que
    indican las innumerables modalidades por las cuales Nuestra Señora es amena.
    Aquí todos están prestando atención en la reunión, pero a veces, por el movimiento
    natural de la cabeza, del cuerpo, de los ojos, miran hacia la imagen. Y notan que ella reluce en
    sonrisas, así como relucen también las piedritas de la imagen. De acuerdo al lugar en el que la
    persona está sentada, se encienden pequeñas piedras de color verde, rojo o azul. La persona,
    entonces, se alegra y dice: “¡Oh!, ¡Nuestra Señora!” 
    Es un cariño único que Ella tiene con cada uno de nosotros. Porque cada uno es hijo
    único de María Santísima. Ella es tan completa y tan perfecta como madre, que, en realidad, es
    como una persona para cada hijo. Nuestra Señora es la Madre del Unigénito, del Hijo por
    excelencia, y a San Luis Grignion de Montfort le gusta mucho considerar una frase de la
    Escritura: Homo et homo natus est in Ea 3 . O sea, una sucesión indefinida de hombres nacerán de
    Ella; engendrando a Nuestro Señor Jesucristo, la Santísima Virgen engendró a todos los hombres
    para la vida espiritual.
    Eso podrá ser visto en el Cielo, y creo que casi que se podría hacer una invocación
    especial de Nuestra Señora, o hasta muchas invocaciones, para cada ser. Yo pienso que incluso
    todos los seres en el Paraíso cantan las invocaciones de la Santísima Virgen que les son propias,
    que son las invocaciones de la Iglesia, pero con una acento propio a cada ser, y ese conjunto
    forma la armonía de los coros celestiales.
    El asunto está preparado – esta vez la preparación fue larga – para tratar sobre la Sagrada
    Eucaristía.

    El supremo acto de piedad – la recepción de la Comunión – debe repercutir de una forma especial en nuestra alma

    Si esto es así con todos los actos de la piedad católica, naturalmente lo es con el supremo
    acto de piedad: la participación en la Santa Misa y la recepción de la Comunión.
    La Misa es la renovación incruenta del Santo Sacrificio del Calvario, en el cual Nuestro
    Señor Jesucristo se ofreció como víctima expiatoria por todos los hombres; Él, el Hombre Dios,
    Inocente, en su naturaleza humana pasó por el castigo que Adán nos mereció, y rescató a todos
    los hombres.
    En el momento en que el sacerdote pronuncia las palabras de la Consagración, la hostia
    es consagrada, transubstanciándose en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
    Jesucristo.

    De la renovación de este sacrificio del Divino Redentor resulta un don inapreciable: su
    visita a nuestras almas.

    Lo inefable de la Sagrada Eucaristía, sentido por el alma católica

    Si Él estuviese sensiblemente presente – está realmente presente –, y yo pudiese ver, por
    ejemplo, un pequeño movimiento de su mano divina, y observar su pulso, ¡considerando que allí
    pulsa el Sagrado Corazón de Jesús, dado que la pulsación del Corazón se refleja en esas venas!
    De esas pulsaciones divinas vive todo lo que tiene vida en el orden espiritual de las cosas. ¡Qué
    respeto!
    ¡Si yo consiguiese, además, tocar la orla de su manto como aquella mujer que se curó al
    tocarla! Y si pudiese con ese acto alcanzar, en un momento, el grado de santidad que querría
    obtener, ¿no sería natural que me alegrase completamente?
    Recuerdo las palabras de un salmo, que me parecen una belleza: “…se regocijarán mis
    huesos humillados”. Un individuo está reducido a huesos, a una calavera; ¿puede estar en una
    situación más baja? ¡Pero Nuestro Señor dice una palabra y la calavera se rehace, resucita de
    júbilo!
    Las palabras de Él son palabras de vida eterna. ¡Oír una palabra de Jesús! Él está en la
    Hostia; yo no lo veo, pero creo.
    Cuando llega la hora de comulgar, Nuestro Señor estará realmente en mí.
    ¿Será que Él no me va a decir nada?
    Sí, en el interior de nuestras almas, Él dirá:
    – Hijo mío, cuando dos están juntos, uno siente al otro. ¿Será que cuando Yo estoy en ti
    no sientes nada? Oye el lenguaje silencioso de mi presencia, que no te habla a los oídos.
    A veces el silencio dice de una persona lo que no llega a expresar la fisionomía, las
    maneras, o el modo de ser o la palabra.
    “¿Hijo mío, tú sabes eso? ¡Préstame atención! Yo estoy en ti y la gracia te habla. ¿Tú no
    sientes nada?”
    Así es lo inefable de la Sagrada Eucaristía que el alma católica siente. Puedo decir que
    siento algo que comunica luz, amor, fuerza, y permanece en nuestra alma, aunque a muchos les
    parezca pasajero.
    Gracias a la Sagrada Comunión, la inteligencia se vuelve más perspicaz para los asuntos
    de la fe; en cuanto al amor, se abre más a todas las virtudes; en relación a la fortaleza, queda más
    dispuesta a hacer todos los sacrificios y la voluntad de luchar se multiplica por sí misma.

    ¿Cómo repercutirá en el Cielo una Misa celebrada en la tierra?

    Esa es una hora de gran solemnidad, para la cual debemos impostar el alma en una
    posición de veneración, de gravedad y de seriedad.

    A medida en que se acerca la hora de la Consagración, yo no puedo dejar de pensar en lo que debe estar pasando tan solemne, festivo, victorioso y grandioso en el Cielo en ese momento. ¡Qué alegría y qué gloria para Dios! Aun cuando el Cielo y la Tierra hubiesen sido creados para que hubiese una sola Misa, todo estaba justificado.

    Al comenzar una Misa, ¿no estarán los ángeles – para emplear un lenguaje antropomórfico – preparándose solemnemente? Me imagino que en ese momento el Cielo debe estar como una corte cuando se va a realizar un acto más grave y más augusto que la coronación de un rey. 

    Poco después del tintinar de las campanillas, termina la Consagración y el Cielo relucirá de gloria.

     

    ¡La Santa Misa causa terror a los demonios!

    Hablé de la comunicación de las almas entre sí en la Tierra. Y también respecto a la
    comunicación más perfecta de las almas en el Cielo, así como de la visión beatífica. Sin
    embargo, esas consideraciones quedarían incompletas si no yo no agregase lo siguiente. Aunque
    de cierto modo toda la Creación haya sido considerada sumariamente, falta algo: el infierno.
    Cuando se acerca la Consagración, yo me imagino que el infierno queda aterrorizado,
    debe rugir de odio y le gustaría hacer explotar el mundo para evitar la celebración de una Misa.
    Él sabe la derrota renovada que sufrirá.

    La celebración eucarística le recuerda a Satanás el momento de su derrota

    Su derrota se dio en el momento en que Nuestro Señor Jesucristo murió y el género
    humano fue rescatado. Hubo un sabbat 6 horrible allá abajo, en el cual todos se arañaron y se
    atormentaron en términos indecibles.
    El alma santísima de Nuestro Señor Jesucristo, sin jamás abandonar la unión hipostática,
    fue al limbo – con una alegría prodigiosa para todos los justos, comenzando por Adán y
    coronándose en San José – y los llevó a todos al Cielo.
    Podemos imaginar a Jesús que, al llegar al limbo, les habló a todos sobre la Redención.
    Adán y Eva, que estaban esperando hacía millares de años… San Adán y Santa Eva aguardaban
    el momento en el cual aclamarían a su Hijo. Ellos, pecadores, aclamaban a su Hijo Redentor.
    La Misa es la renovación incruenta del Santo Sacrificio. Y todas esas vergüenzas se le
    acumulan al demonio.

    El demonio retrocede cuando la persona comulga

    Cuando estemos en el Cielo, tal vez tengamos algún conocimiento – que no nos molestará en lo más mínimo – de los rugidos del infierno, y veremos la negrura hedionda y horrible, del mal; y cantaremos entonces con vigor redoblado, porque estaremos aplastando a los demonios.

    El maligno hizo tantas infiltraciones en las almas y las agita tan sádicamente, puercamente, criminalmente. Pero cuando la persona comulga crece en ella esa luz del sentido católico, esa fuerza, ese amor, y el demonio retrocede y se queda torturado.

    Al acercarse el momento de recibir la Sagrada Eucaristía, podemos decir contra el demonio: “¡Ahora retrocederás, bandido!” De retroceso en retroceso, después de expulsiones provisorias, se llegará a la expulsión total.

    Ahí están las consideraciones que pueblan mi alma con motivo de la Comunión.

    (Revista Dr. Plinio, No. 156, marzo de 2011, p. 28-31, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de una conferencia del 13.11.82).

  • LA CONFESIÓN ¿Cuándo fue instituida?

    LA CONFESIÓN ¿Cuándo fue instituida?

    En este corto video, meditaremos sobre la institución del sacramento de la Confesión. ¿Cuándo fue instituido? ¿Cómo fue instituido? ¿Qué nos da este sacramento?

  • ¿Cómo hacer una buena confesión?

    ¿Cómo hacer una buena confesión?

    En este programa te presentamos los 5 pasos para hacer una buena y correcta confesión. ¿Sabes cuáles son? ¿Se te ha olvidado alguno? No te pierdas este programa que nos recordará lo que necesitamos para confesarnos de la manera más perfecta posible.